Aproximaciones a los Weinstein
Entrevista realizada en noviembre de 2018 a Clara y Marcos Weinstein, padres de Mauricio Weinstein (desaparecido durante la última dictadura militar), activistas por los derechos humanos y propulsores del concurso de arte por la memoria «Mauricio Fabián Weinstein» en el colegio Carlos Pellegrini.
Mauricio Weinstein, presente
En el patio del colegio Carlos Pellegrini hay una placa de acero que tiene treinta y seis nombres con treinta y seis edades al lado. El último: Weinstein, Mauricio Fabián – 18 años. Mi primera aproximación al apellido Weinstein.
Es un patio colmado de graffiti de bandas, esténciles de políticos –por admiración o parodia–, murales y pinturas más pequeñas distribuidas en cada lugar en blanco que el espacio ofrece. A menudo, y sobre todo durante las elecciones estudiantiles, rebosa de carteles que hablan de política, participación y construcción estudiantil. Ninguno de los treinta y seis en la placa pudo ver al patio así.
En el Pelle, como llamo a mi colegio secundario, siempre se habló de la última dictadura militar. Su centro de estudiantes se compone por un alumnado con memoria activa, que no olvida ni perdona. Todos conocíamos el significado de esa placa en el patio, y empatizábamos con esos pibes de nuestra edad, que querían lo mismo que nosotros y que estaban dispuestos a dejarse la vida por ello.
Parte de esa memoria activa corresponde al concurso anual de derechos humanos y memoria “Mauricio Fabián Weinstein”, que premia a los estudiantes por sus obras artísticas en relación a la última dictadura militar. Esa fue mi segunda aproximación al apellido Weinstein.
Yo gané el primer premio en literatura del concurso en el año 2017. Como es costumbre, subí al estrado del escenario en el salón de actos de la escuela y leí mi cuento. Al finalizar, miré instintivamente a los asientos a la derecha de la primera fila, donde estaban Clara y Marcos Weinstein, los padres de Mauricio, desaparecido en la última dictadura militar.
Bajé despacio las escaleras del escenario y Clara se acercó a mí. Nos abrazamos entre lágrimas e intercambiamos el silencio más sentido que experimenté en mi vida. Marcos se unió a nosotras y nos agradecimos mutuamente.
Cuando terminó el acto, nos reunimos afuera para hablar con mayor tranquilidad e intercambiamos nuestros contactos. Nos reencontramos en alguna ocasión más, y poco a poco me fui percatando de una cosa: ellos contaron la historia de Mauricio un sinfín de veces. Pero ni una sola vez la cuentan sin emocionarse, sin dejar ver entre sus ojos húmedos el recuerdo de un hijo que hace cuarenta años no pueden volver a abrazar.
Mi curiosidad y respeto por ellos, por su vida y activismo incesante, solo fue en aumento desde entonces. Por eso decidí llamarlos y preguntarles si podía entrevistarlos para hablar de Mauricio, por supuesto, pero también de ellos dos, de todo lo que quisieran contarme. Una definitiva aproximación a los Weinstein. Tan amables y dispuestos como siempre, aceptaron.
Me reciben en su departamento un sábado por la mañana. Conservan intacta la mirada cálida y desbordada de experiencia con la que los conocí. Clara me ofrece té y es sutil en sus movimientos, sus voces calmas y amables me reconfortan, y pronto se establece un clima de comodidad mientras conversamos.
Lo primero que cuentan es que se conocieron en un club de la comunidad judía en el barrio de Belgrano en el año 1948, durante los festejos por la creación del Estado de Israel. Posteriormente sus hijos asistirían a la escuela primaria en la misma institución. “Mirá la casualidad”, comenta Clara, “mi hija mayor también conoció a su marido en el mismo club” y se ríe.
Clara y Marcos fueron novios durante siete años antes de casarse, el tiempo exacto que tardó Marcos en realizar su carrera en la Facultad de Medicina, porque habían decidido postergar su matrimonio hasta ese momento. En los primeros años de carrera Marcos trabajaba de telefonista, mientras que Clara trabajó durante ocho años en una fábrica de virulana. “Todavía hoy cuando voy a comprar, siempre elijo la marca Virulana”, comenta con una sonrisa de publicista accidental.
Luego del casamiento llegaron los hijos: Mauricio y sus hermanas, Dina y Edith. Todos ellos asistieron al mismo colegio primario. Sin embargo, fue Mauricio el que se impuso como meta ingresar al Pelle. Y lo logró, en el turno vespertino. En ese momento sus padres le sugirieron que fuera a otro colegio en el que tenía vacante a la mañana, a lo que respondió: “Ustedes tienen razón, pero yo les voy a decir algo: yo voy a ir al Pellegrini”. Y así fue.
Clara dice en una voz muy suave: “De no haber ido al Pellegrini… ¡bue! Pasó lo que tuvo que pasar, en quinto año ya estaba marcado él”. En sus palabras se entrevé la pregunta que no puede tener respuesta ni consuelo, que es el qué hubiera sido.
El matrimonio Weinstein había aceptado al colegio por su reputación de excelencia académica, sin importar la política. Marcos sostiene que todo estaba politizado en 1973, cuando Mauricio hizo el ingreso, y no solo la juventud, pero Clara cree que tanto el Pellegrini como el Nacional Buenos Aires eran epicentros de esa política.
La militancia de Mauricio fue en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES, agrupación vinculada a Montoneros), principalmente a partir del año ’75, cuando él ya estaba en tercer año. Para ese momento era delegado de su división y participaba activamente del movimiento. Tenía dos mejores amigos, Juan Carlos y Rubén.
La hermana de éste último, Débora, era la novia de Mauricio. Ella aparece en el documental “Flores de Septiembre” (2010), el cual muestra cómo la dictadura del 76 se vivió en el Pellegrini, a partir de entrevistas con exalumnos, docentes y padres. Débora cuenta que con Mauricio se la pasaban escuchando a The Who y comiendo helado de frutilla.
Nueve meses antes de la desaparición de Mauricio en abril de 1978, un grupo de militares irrumpió en la casa de Rubén y Débora, asesinándolo a él y llevándosela presa a ella a una cárcel de Devoto. Durante el tiempo que Débora permaneció allí, Mauricio le escribió poemas en el dorso de envoltorios de chocolate que su abuela le entregaba cuando iba a visitarla, porque verse no era seguro. Lo que no sabían era que no volverían a encontrarse: a Mauricio lo desaparecieron antes de que ella fuera liberada.
Clara y Marcos cuentan que, además de escribir mucho, a su hijo le gustaba hacer figurines con los envoltorios de las golosinas y dibujar. Al preguntarles si conservan alguna de sus obras u otros objetos suyos, debido a que ya no viven en el mismo lugar que en los años 70, intercambian una mirada cómplice y se sonríen. “Está todo en uno de los dormitorios. Vení. Hiciste la pregunta y vas a tener la respuesta”, dice Marcos y se pone de pie. Clara y yo hacemos lo propio.
Nada podría haberme preparado para lo que encuentro en ese cuarto. “Esta es la historia de Mauricio” es lo que Marcos expresa con orgullo en su voz. Efectivamente, en la pared lateral derecha de la habitación está colgado un marco que reúne alrededor de cincuenta fotos pequeñas ordenadas cronológicamente.
Hay fotos de viajes, en las cataratas, en una casa rodante, fotos con sus hermanas, amigos, y hasta de su Bar Mitzváh. Comienzan con un bebé y terminan con un adolescente de dieciocho años.
En otra de las paredes hay un escritorio, con cajones repletos de objetos de Mauricio. “Los cajones de él”, dice Marcos en voz baja. Libritos de la CGT, cuentos, cuadernos suyos, hasta parciales de sus años en el Pelle.
También conservan trofeos de torneos de fútbol en los que participaba. “Era hincha de River. Y como era zurdo, era muy solicitado en los partidos. Gran futbolista”, comenta Clara. Salimos de ese cuarto y no puedo evitar pensar que Mauricio sigue presente en esa casa, de una forma mucho más tangible que la memoria misma.
La militancia de Mauricio fue conflictiva para la familia, sobre todo en sus dos últimos años de secundario, antes de que fuera secuestrado. Desde el asesinato de Rubén, su mejor amigo, Clara y Marcos le pedían a su hijo de forma constante que se fuera del país. Si bien era poco lo que se sabía, sus padres entendían que corría un peligro muy importante, y quizás no sólo él. “No me hagas elegir. Está Dina en casa, y ella no tiene ningún compromiso”, le decía Marcos constantemente, sabiendo que su otra hija podía ser secuestrada si los militares tocaban a la puerta y él no se encontraba allí.
Durante el verano de 1978 Mauricio tuvo la posibilidad de exiliarse en un viaje que realizó la familia a las Cataratas en una casa rodante. El matrimonio Weinstein, pensando que Brasil sería un lugar seguro para refugiarse, se encargagó de planificar el exilio. Fue entonces que, con los papeles en forma, como dijo Clara, pero sin demasiada vigilancia, como añadió Marcos, pudieron cruzar la frontera. Allí intentaron convencerlo de todas las formas que creyeron posibles, pero no fue suficiente.
Mauricio era consciente de que en Argentina estaba Débora presa, y hacía poco su mejor amigo había sido asesinado. No podía irse sin más y así se lo transmitió a sus padres. “Lloró mucho, mucho… pero no se quiso quedar” explicó Clara.
Ese sería el último viaje familiar de Mauricio. De regreso a Buenos Aires, los contactos con su familia se vieron reducidos. Marcos cuenta que eran los sábados en esquinas específicas, o breves llamados telefónicos entre días de incertezas. “No teníamos que saber nada” dice Clara y se acaricia las manos distraída. Recuerda que su hijo ya no dormía en su casa, y saber en dónde pasaba las noches era peligroso.
En abril de 1978 las Fuerzas Armadas secuestraron a Mauricio, que tenía apenas cumplidos sus dieciocho años. Interrumpieron una reunión entre amigos en la casa Weinstein. Apuntaron a Marcos con un arma en la cabeza y lo forzaron a guiarlos hasta su hijo. Él los condujo hasta su consultorio, donde sabían que Mauricio pasaba algunas noches, y allí lo encontraron.
Se lo llevaron junto con su documentación y desde ese instante, en el que separaron a padre e hijo en dos autos diferentes, no volvieron a verlo. Supieron de él en breves ocasiones, y siempre albergaron la esperanza de que lo liberaran. Sin embargo, en pocos meses supieron que Mauricio había sido asesinado.
La militancia por los derechos humanos de los Weinstein comienza inmediatamente después de la desaparición de su hijo. Clara recuerda:
“Cuando llegué a la plaza y di mi primera vuelta me quise morir”. Vuelve a tomarse las manos y dice: “Vi tantas madres, tantos pañuelos… Después se escuchaba ‘no, porque mi hijo hace un año y medio…’, ‘mi hija hace dos años…’. Ahí supe que lo de Mauri era más serio de lo que yo pensaba”.
Desde el primer instante se habían comunicado con todo aquel conocido que tuviera cierta influencia o contactos y que pudiera saber algo del paradero del cuerpo de su hijo, sin mucho éxito. Poco a poco, y sobretodo con la vuelta de la democracia, ambos se involucraron con diferentes organizaciones de derechos humanos, y hoy en día Clara sigue formando parte de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.
En el Pellegrini, la lucha de los Weinstein por la memoria tiene huellas bien marcadas. Impulsaron la colocación de una primera placa con los nombres de estudiantes desaparecidos, anterior a la que se halla hoy en el patio. Ocurrió en 1985, tan solo dos años después de la vuelta de la democracia. Marcos se acercó a la escuela con esta propuesta, pero solo le dieron siete nombres.
Finalmente, y a pesar de las trabas burocráticas en el rectorado de la universidad, lograron colocarla. Todos los años, además, Clara y Marcos están presentes en el concurso que realizan en memoria de Mauricio. Se realizó por primera vez en el año 2000, con la cooperación del ex rector del Pellegrini Abraham Gak, quien además sugirió que la premiación se diera en base a diferentes disciplinas artísticas.
Aprovecho y le pregunto a Clara y a Marcos cómo perciben la lucha por los derechos humanos hoy en día y no tardan en responder: saben a lo que me refiero. Clara dice: “Desde que nos enteramos de que Macri podía ser presidente estábamos muy preocupados, pero no sabíamos que estábamos llegando a lo que es ahora”.
Inmediatamente Marcos enumera las consecuencias del desfinanciamiento de la gestión en los espacios de memoria: eliminación de programas de la secretaría de derechos humanos, falta de protección a los testigos, recorte total a la psicoterapia para familiares, entre otras cosas.
Dejando de lado las medidas económicas y pasando a un plano político, las críticas no hacen más que aumentar. Por primera vez en toda la entrevista, Clara deja atrás su tono de voz suave y su postura relajada. Fuerte y claro denuncia:
“¡El arresto domiciliario! Saber que están en su casa… Nosotros no tenemos el cuerpo, no sabemos por qué se lo llevaron, qué hicieron con él, por qué no me dejaron poner un abogado para ver qué es lo que pasó. Los subían a aviones y los tiraban al agua, quién sabe qué otras cosas les habrán hecho… Y les dan arresto domiciliario. Claro que te pone loca, te pone mal, te pone…”. Toma aire antes de seguir: “Cuando hablo de mí hablo de todas las madres, porque esto nos pasa a todas”.
Respecto de la juventud actual, una generación entera que nació en democracia, sus miradas difieren. Marcos cree que los derechos humanos ya no son un tema de preocupación de la gente joven. “A las personas no les alcanza para pagar los servicios, son esas las preocupaciones que tienen”. Clara, por su parte, ve a la juventud interesada. Pone de ejemplo la marcha por la desaparición de Santiago Maldonado, y siente que a todos lados donde van las madres, los jóvenes están presentes acompañándolas.
Finalmente les agradezco a ambos por su tiempo y me dispongo a retirarme. Como otras veces, nos abrazamos y prometemos seguir en contacto. Salgo de la casa Weinstein con dos libros prestados y una certeza: la memoria no puede ser otra que activa, y ambos son la prueba irrefutable de ello.