carta

15-07-2021
Boedo. Buenos Aires.

Querido Mario,

Esta podría ser la carta que intente preguntarse sobre lo difícil que se ha puesto en este presente escribir una carta, pero tampoco.


Luego de semanas donde me detuve a pensar posibles encabezados que me ayudaran con ese primer -indispensable- paso, la vida cotidiana, lo «real» comenzó a conspirar contra el espacio-tiempo que requiere el ejercicio epistolar.

Hubo que hisoparse para descartar un posible contagio Covid, luego llegó la vacuna, más tarde reuniones y trabajos con fecha de entrega, facturas de servicios impostergables y la lista puede aburrir cada vez más, a menos que la interrumpa con ese otro proceso paralelo que ocurría en la imaginación más que en la acción de las manos: una conversación con un vos imaginario, contenido por el Tratado de Iconogénesis y ese estado de interrogación que nos dejas como lupita, com una herramienta para esa imaginación parlanchina que lleva semanas charlando con el latir, con el alma íntima de las cosas.

Cuando terminé de leer tu libro pensé «qué orgullo hubiese sentido Viktor Shklovski» (soy incapaz de modular fonéticamente su apellido). Tu ejercicio de extrañamiento se acerca al huesito de la poesía, para observar, para traerla del lado del grafismo (la palabra, ese dibujo hermoso), feliz de su posibilidad de ser vista, reconocida por lo tanto, devotamente, como un hallazgo, en otras formas a las acostumbradas, formas donde tenemos la reflexión censurada o andamos ciegos nomás. Las cuantiosas caras del lenguaje, de la imagen que se nutre del lenguaje, y viceversa, y se abre flor o juego de espejos, y ya no es solo letra, sino su danza.

¡Qué bailecito generoso! Si parece que estaba esperando que cruces la trigonometría con Saussure y Novalis para cantarle piedra libre a la antorcha que todo tergiversa en la figura.

Primera interrogación: No toda luz es útil para mirar bien.

Y acá empezó el problema. Tal vez porque, casualmente, esos días renegaba con ciertas incertezas de la empresa de servicio eléctrico, y hubo que prender velas en la casa para no ir tropezando con los muebles que están hace años en un solo lugar, sin que ese sedentarismo les haya servido para ser reconocidos en el espacio.

Segunda interrogación: Que esté quieto, no ayuda.

La luz de la vela fue suficiente como para evitar la pata de la mesa, sin embargo, proyectadas sobre la pared, las sombras no eran más que la transfiguración de las dimensiones de los cuerpos. En mi condición de petisa, pude disfrutar la fantasía de unas piernas largas, muy largas.

Tercera interrogación: El ángulo desde donde nos llega la luz, puede exagerar los cuerpos. La palabra es un cuerpo. La luz y la palabra tienen una relación compleja.

Entonces, rehenes de nuestro humilde par de ojos, ¿cómo llegaremos a la poesía sin distraernos? No hay poeta, dijo Macedonio. No puede haber poeta si no hay ser que observe a la luna como por vez primera, como un reciénvenido. Ahí, ella, todo cuerpo celeste, pariéndose desde un horizonte tan real e irreal como ella. El horizonte, entonces, no es una línea, pero también es una línea. Una línea como un trazo, como un verso de Baudelaire. ¿La luna asoma como un milagro en el verso? ¿La luna es Baudelaire? ¿Qué haremos para lograr la destilación de las sombras deformadas en el fondo de la cueva? ¿Cómo alcanzar el interior real, atómico, de lo visible?

Cuarta interrogación: Cómo acercarse a la poesía, por lo menos para mirarla de reojo.

Querido Mario, lo «real» sigue golpeando la puerta. Sonrío como una nena tramposa por esta zancadilla de tiempo que acabo de robarle para que este ejercicio del pensar llegara al cuaderno. Voy despidiéndome de vos, lento, como un abrazo que se estira en un mate y otro mate y no se quiere ir del umbral de tu puerta; llueve en Capital, desde la ventana de un sexto piso veo que ha crecido en la esquina de casa (¡y tan rápido, si anoche no era ni un brote!) un inodoro. Roto, con respecto a la forma esperable, conservadora.

Más bien podríamos decir que se trata de un inodoro con un ángulo distinto, que se pierde hacia uno de sus laterales y, si entrecierro mis herramientas de observar y quito luz, tiene una pinta bárbara de «ojo de buey». Dentro del ojo, todo es oscuridad profunda. Nada que envidiarle a algunas miradas.

Desconozco los devenires que acontecerá con el inodoro ojo de buey, pero lo mantengo al tanto.

Espero, con la paciencia ocupada en todo lo que encuentre, su respuesta, querido señor escritor.

Otro abrazo más,

María

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