¿Cultura o explotación sexual? Mujeres ofrecidas al mejor postor en comunidades de México.
En los últimos años más de 300mil niñas y jóvenes mexicanas han sido vendidas a cambio de dinero o mercancía en comunidades indígenas. Cobran entre 1.000 y 10.000 dólares, los precios varían según peso, rasgos y virginidad.
Entre la cultura y la explotación sexual
En algunos pueblos de México, como Guerrero y Veracruz, las costumbres y usos de las comunidades siguen teniendo su raíz machista y es “común» vender o intercambiar mujeres. Este conflicto se ubica dentro de la categoría del tráfico humano, pero se diferencia de la trata de mujeres, que supone una esclavitud y explotación sexual.
La venta e intercambio de mujeres por bienes necesarios está incorporado en muchas comunidades mexicanas por lo que termina siendo un hecho de culto y un destino. En consecuencia, muchas mujeres llevan a sentirse poco valoradas en caso de no ser compradas.
Al ser compradas las mujeres son abusadas, explotadas, maltratadas y obligadas a trabajar y casarse. Incumplir la transacción precisa de huir y sufrir las consecuencias; brujerías, amenazas, aislamiento en la comunidad y “manchas» al nombre familiar.
Distintas organizaciones civiles que luchan por los derechos trabajan en este conflicto, porque a pesar de haber conseguido en 2019 la prohibición del matrimonio infantil el control en las comunidades es difícil y el problema trasciende la ley: es cultural.
Estos hechos muestran cómo, en distintas medidas, la cultura machista se incorpora en las sociedades y nos lleva a nosotras a naturalizar hechos y prácticas inadmisibles.
Este es el caso de la comunidad de Montaña de Guerrero, México, donde no consideran que haya un conflicto que resolver o alguna práctica digna de ser denunciada a pesar de incumplir la ley y constitución.
Caso argentino
En 2005 se conoció un caso parecido en la comunidad Wichí ubicada en el norte de Salta. En consecuencia, José Fabián Ruiz fue detenido por haber avisado sexualmente a su hijastra, pero dentro de la comunidad se consideraba que el hecho de vivir bajo un mismo techo legitimaba las relaciones sexuales y el embarazo producido de ellas.
A pesar de haber un sector Wichí en contra de lo sucedido, la historia tuvo más efecto en las afueras de la comunidad, por el choque cultural. Y por la viralizacion se logró la detención del abusador.
Si quedaba en la comunidad, nada hubiera pasado; porque ahí no hay noción de un delito sino “hechos ancestrales y culturales».
No obstante, el INADI tomó cartas en el asunto y defendió las costumbres y tradiciones Wichí presentando un fallo en la corte salteña. De todos modos, la justicia consideró que, más allá de la cultura, se estaban volando los derechos humanos y que justificar estos actos es supone una aceptación al sexismo y machismo en los pueblos indígenas.
“Desde la primera menstruación, la mujer es casable y busca esposo; éste será el reaseguro de su mantenimiento en el grupo. En una cultura cazadora y recolectora, la mujer necesita un hombre para formar hogar.” (Cosechadora.org)
Asimismo, podríamos hablar en estos casos no sólo de tradición sino también de una autoridad etnográfica. Este poder responde a la tradición y supone una vulnerabilidad del rol de la mujer y la aceptación del abuso por parte de ellas. Asimismo, los derechos que conocen parten de estas dos ideas, por lo que muchas veces no consideran estar faltas de ellos.