“El crimen perpetrado en Barracas va a modificar notablemente nuestras costumbres sociales (…) He aquí el hecho. Hay un hombre que está perdidamente enamorado de una joven. Ésta rechaza su amor. ¿Por qué? ¡Misterios del corazón! Él, en lugar de olvidarla y poner tierra de por medio, asesina a su amada y después se quita la vida con la mayor frescura de este mundo. Deploramos el fin trágico de esta distinguida y virtuosa señora, víctima del furor de un hombre enamorado. Pero nos alegraríamos que las niñas sacaran de ese hecho aislado, una lección provechosa” –
Fragmento del diario La Nación, 4 de febrero de 1872.
Felicitas, víctima de un femicidio
Fue con esa noticia, que se dio a conocer al país entero los detalles de la muerte de Felicitas Guerrero de Alzaga, a quien el poeta Carlos Guido Spano había catalogado como “la mujer más hermosa de la república”.
A sus veinticinco años, Felicitas fue asesinada por Enrique Ocampo el 29 de enero de 1872, en la quinta familiar ubicada en Barracas, provincia de Buenos Aires. A tan corta edad, era una de las viudas más codiciadas de la elite porteña, ya que su esposo Martín De Alzaga –héroe de guerra, treinta y dos años mayor que ella y amigo de su padre– había fallecido hacía unos años, dejándola con una gran fortuna, extensas porciones de tierra a su nombre y toda una vida por delante.
Desgraciadamente, nada de esto la salvó de ser otra de las tantas mujeres asesinadas por un hombre de su círculo de conocidos, y que la noticia de su muerte la catalogue como “víctima del furor de un hombre enamorado”.
La familia Guerrero es conocida por sus enormes propiedades ubicadas en la provincia de Buenos Aires, la catedral construida en memoria de Felicitas en Barracas y por la tragedia. Una tragedia que cuenta con misterios, datos confusos y detalles que se modifican a través de los años.
Pero si hay algo en lo que todas las fuentes de información están de acuerdo, es en que Felicitas Guerrero fue asesinada en su propia casa, a metros de su familia y por la locura de Enrique Ocampo.
Él, no fue más que un asesino, quien no pudo soportar el rechazo, no pudo aceptar un no como respuesta y no quiso permitir que la mujer que decía amar, se casara con otro hombre. Felicitas es protagonista de un hecho que marcó a la Buenos Aires del siglo XIX. Su historia fue contada desde entonces, su nombre fue repetido incontables veces y su tumba, hoy en día en el cementerio de la Recoleta, puede ser visitada por todo aquel que lo desee.
Felicitas retratada por la autora
Ana María Cabrera, profesora en Letras y escritora argentina, es la autora del libro “Felicitas Guerrero: La mujer más hermosa de la república” publicado en 1998 en Buenos Aires. Dicho libro estuvo 23 semanas seguidas en las listas de bestsellers y superó los 60.000 ejemplares. Pero es más que una novela histórica en la cual se retrata la vida de la aristocrática familia y que culmina con la tragedia.
A lo largo de sus páginas, la autora introduce la realidad del momento, con una sociedad de castas marcadas, en una época de prosperidad argentina y de crecimiento en cuento a estructura, caminos, inversiones y campos. A lo largo de los capítulos, la autora hace foco en la familia Guerrero y su círculo más cercano, describiendo costumbres y rutinas.
Y a medida que van sucediendo los acontecimientos más relevantes que culminan en la tragedia del 29 de enero de 1872, la autora expone evidencias en las que deja en claro el rol que la mujer tenía en dicha sociedad. No solo Felicitas, nuestra protagonista y víctima principal, sino también todas las mujeres que la rodeaban y que intentaron protegerla hasta el final.
La novela comienza con la nota que publicó el diario La Nación el 4 de febrero de 1872. A día de hoy, las palabras e ideas expresadas en esa nota serían motivo de escándalo, y aunque es fundamental contextualizar lo escrito con la sociedad que lo consumía –diferente a la nuestra y con pensamientos que respondían a lo que se veía a diario–, es igual de fundamental dejar en evidencia que el foco de la noticia estaba mal puesto, y sobre todo, que jamás es justificable defender las acciones del asesino.
Uno de los pasajes que más llama la atención, y no de una manera positiva, habla sobre Enrique Ocampo –quien mató a Felicitas y luego se quitó la vida– y dice “Debemos glorificar su muerte (…) No seamos ingratos con quien ha hecho arrepentir a la mujer de su coquetería, de su volubilidad” y más adelante, intentan explicar dicha postura diciendo “No somos rencorosos, no alabamos el crimen (…) Pero opinamos que no es del todo maleja la idea de asustar de vez en cuando a la mujer con un golpe teatral para que entre en reflexión y se eviten mayores catástrofes”.
Es importante recordar que el resultado de este episodio fueron dos cadáveres, pero entonces ¿cuál sería esa mayor catástrofe que buscaban evitar? Ya para el final, la noticia expone una frase que pretende ser esperanzadora y dice “Nos alegramos que las niñas sacaran de este hecho aislado una lección provechosa”. Y aunque desde ese momento hasta ahora los femicidios no se redujeron, hay que valorar que el rol que la mujer cumplía en la sociedad del siglo XIX se modificó y los avances que se lograron, vinieron para quedarse.
Ya para el final de la novela y una vez descripto el hecho trágico, la autora nos cuenta la repercusión que dicho evento tuvo en la familia de la víctima.
Felicitas, amada por todo aquel que la conocía, joven y con una larga vida por delante, se fue de este mundo dejando marcas. Una de las más profundas y significativas fue la que dejó en su primo, Cristián Demaría, quien estaba perdidamente enamorado de ella y nunca pudo decírselo.
Luego de la muerte de su amada, Cristián –abogado penalista– inicia una tarea difícil y gratificante, que marcó la historia de los derechos de la mujer. Dice la autora de la novela que él se pasaba todas las noches en vela investigando y escribiendo porque sentía que ese era el mejor modo de rendirle homenaje a su amada, a quien consideraba víctima de un sistema patriarcal.
Cristián también remarcó que el hecho de que Felicitas nunca haya podido ser dueña de ninguna de sus tierras, y en definitiva de ella misma, le parecía algo extremadamente injusto. Él fue testigo del manejo y del control que su familia –hermanos, esposo y padre– ejercieron sobre ella y no le permitieron demostrar su capacidad. Fue por todo esto que comenzó a escribir la introducción de lo que sería un gran trabajo a futuro:
“Me propongo estudiar la condición en que nuestras leyes civiles colocan a la mujer, es decir, los derechos que le conceden y las obligaciones que le imponen; y demostrar por su examen que, encerrando su círculo de acción entre lo más estrechos límites, impiden el libre ejercicio de sus facultades, atentan contra su libertad”
Esta introducción es el inicio de su tesis doctoral “La Condición Civil de la Mujer”, publicada en 1875. Y es así como inicia un largo y revolucionario camino a favor de la lucha de la dignidad femenina.
“Felicitas Guerrero: La mujer más hermosa de la república” no es solamente una novela histórica, pretende –y logra– ser mucho más. Retrata las costumbres, las rutinas, los beneficios y las desventajas de vivir en la Buenos Aires del siglo XIX, detalla lo que sucedía en los salones más lujosos y prestigiosos de la ciudad y deja entrar al lector en la vida privada de los protagonistas.
Esta novela cuenta mucho más que los sucesos previos a una tragedia que impactó a la sociedad del momento, deja en evidencia que los derechos de las mujeres debían modificarse urgente y que la lucha femenina no tenía otra alternativa que comenzar.
La muerte de Felicitas Guerrero, junto con la serie de repercusiones que surgieron a partir de ella, no fue en vano. Y a partir del 29 de enero de 1872, los cambios y modificaciones no tardaron en hacerse notar. La sociedad vio en este hecho injusticia y horror, y aunque el diario La Nación no logró otra cosa más que sumar argumentos desiguales y fieles a la sociedad patriarcal que regía en Argentina, ciento cuarenta y nueve años después se puede ver cómo esa advertencia final “Nos alegramos que las niñas sacaran de este hecho aislado una lección provechosa”, se cumplió.
Las niñas y mujeres de todas las edades aprendieron que no hay mejor manera de combatir la injusticia que con unidad, persistencia y convicción.
Una lección provechosa aprendida, luego de siglos de golpes y a una tragedia menos de conseguir el objetivo deseado.