Identidad Cultural: Cómo Nuestras Tradiciones y Cosmovisiones Moldean la Percepción del Mundo
¿Alguna vez te has preguntado por qué ciertos comportamientos, como llegar tarde o temprano a una reunión, son aceptables en algunos lugares pero no en otros? La respuesta radica en la identidad cultural, que funciona como una lente a través de la cual vemos el mundo. Para comprender cómo la identidad cultural influye en la forma en que nos dirigimos por el mundo, es crucial empezar por preguntarnos qué es la cultura.
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Etimológicamente, la palabra que utilizamos en la actualidad proviene del verbo latino colo, colere, cultum, que significa cultivar. A partir de esta raíz, se desarrolló la expresión cultura animi, que se traduce como “educación espiritual”, vinculando la palabra cultura al cultivo del ser humano tanto como individuo como ser social, necesitado de una formación para habitar mejor el mundo.
Sin embargo, aunque el término estuvo durante mucho tiempo relacionado con la idea de “alta educación”, ha evolucionado hasta adquirir un significado más amplio y complejo en la actualidad. Hoy en día, la identidad cultural implica una serie de creencias, hábitos, prácticas sociales y todo tipo de actividades propias del ser humano en su interacción con el entorno en el que vive. Estas prácticas sociales, transmitidas de generación en generación, conforman lo que entendemos como patrimonio cultural, un legado que varía según el territorio, el tiempo histórico, el sector social, y otras muchas variables interseccionales.
Jerarquización de las diversas cosmovisiones y su implicancia en la organización de los territorios
La conquista de América en 1492 por la corona española no solo marcó un hito en la historia mundial, sino que también instauró una profunda división entre el “yo” y el “otro”. Esta dicotomía, donde los colonizadores se veían a sí mismos como portadores de la “civilización” y a las culturas indígenas como “territorios a civilizar”, justificó siglos de dominación bajo la ilusión de una superioridad cultural. Este proceso no fue solo una cuestión de poder militar o político, sino también un proyecto de colonización cultural en el que se estableció una jerarquía rígida entre las cosmovisiones de las culturas conquistadoras y las conquistadas.
Con la Revolución Industrial y el surgimiento de las ciencias sociales en el siglo XIX, se acentuó el énfasis en el término cultura, y la jerarquía entre culturas adquirió un estatus casi científico. Se consideraba que las culturas avanzadas —aquellas de los imperios coloniales— eran intrínsecamente superiores a las culturas que ellos denominaron primitivas. Este paradigma fue cuestionado ya avanzado el siglo XX, cuando nuevas perspectivas antropológicas y filosóficas empezaron a desmantelar la dicotomía entre civilización y barbarie. Se comenzó a reconocer que no existe una cultura superior a otra, sino que cada una posee su propia cosmovisión, saberes y formas de existir en el mundo junto a sus pares.
Prácticas sociales y su impacto en la subjetividad
La identidad cultural es, sin lugar a dudas, un lente a través del cual percibimos el mundo. Esta lente no es neutra ni uniforme; está moldeada por las prácticas sociales, creencias y valores que predominan en la sociedad en la que vivimos. Estas formas de percibir, que están profundamente arraigadas en nuestro entorno, son casi determinantes para la conformación de la subjetividad de los seres humanos.
Cada sociedad tiene sus propias prácticas sociales específicas, sus formas de relacionarse, de jerarquizar, de clasificar lo bueno y lo malo, lo aceptable y lo inaceptable. Por ejemplo, en algunas culturas, llegar puntualmente a una cita es visto como una muestra de respeto, mientras que en otras, una llegada flexible dentro de un rango de tiempo es perfectamente aceptable y no se considera una falta grave. Estos pequeños pero significativos detalles muestran cómo dentro de cada país o región, los diferentes sectores sociales desarrollan subculturas que avalan costumbres o principios específicos. Estas subculturas no solo modelan nuestras prácticas cotidianas, sino que a menudo determinan el destino de las personas que las habitan.
El lugar de las tradiciones en las instituciones
Un aspecto sumamente importante de las culturas son las instituciones que presiden, conducen y reproducen las formas de habitar el mundo. Las instituciones, como la familia y la escuela, son las primeras encargadas de que los individuos se adapten a las normas que conforman la sociedad, para que así puedan subsistir y formar parte de ella. Estas instituciones actúan como los guardianes de la identidad cultural, enseñando y reforzando las normas, valores y prácticas sociales que se consideran fundamentales para la supervivencia y cohesión social.
Sin embargo, es importante reconocer que no todas las culturas conciben estas instituciones de la misma manera. Por ejemplo, existen comunidades en diversas partes del mundo donde el cuidado y la crianza de los niños no se consideran responsabilidades exclusivas de la familia nuclear. En estas culturas, el cuidado de los niños es una tarea compartida por toda la comunidad. Este modelo, en contraste con la familia tradicional centrada en la propiedad privada, desafía profundamente nuestra comprensión occidental de la familia como símbolo de propiedad y herencia.
La cultura, en esencia, es una creación humana destinada a asegurar la supervivencia de la especie fuera del entorno natural. A través de la cultura, los seres humanos se dotan de protección contra la intemperie, el hambre y el peligro. Por eso, las reglas y formas de comportamiento que interiorizamos son tan cruciales; sin ellas, no podríamos sobrevivir ni integrarnos en la sociedad. Desde esta perspectiva, podemos entender mejor por qué y cómo influye lo que percibimos en relación al territorio y el tiempo del que formamos parte.
Globalización y su impacto en el patrimonio cultural
Con el avance de la globalización, muchas barreras culturales se han desdibujado. Las nuevas tecnologías y formas de comunicación han transformado las antiguas nociones de tiempo y espacio, permitiéndonos ver, en tiempo real, lo que ocurre en otras partes del mundo. Hoy, podemos presenciar rituales o eventos que no forman parte de nuestra cultura, ampliando así nuestro entendimiento de las diversas formas de vivir y de ver el mundo.
Las ciudades cosmopolitas han jugado un papel fundamental en esta ampliación del conocimiento cultural, ya que en ellas convergen personas de diversas culturas, trayendo consigo sus propias costumbres y tradiciones. Sin embargo, a pesar de esta creciente interconexión, las diferencias culturales siguen siendo significativas. Cuando observamos cómo viven, qué comen, a qué hora, o cómo socializan personas de otras partes del mundo, a menudo nos sorprendemos o incluso nos cuesta comprender por qué actúan de esa manera. Esto se debe a que la cosmovisión a través de la cual perciben el mundo no es la misma que la nuestra.
Esta noción de otredad, aunque a veces puede generar extrañeza o incomodidad, no debe ser vista como una barrera insalvable. Al contrario, es un recordatorio de que, aunque nuestras prácticas y costumbres puedan ser diferentes, en el fondo, todas las culturas comparten un objetivo común: preservar a sus miembros y asegurar su supervivencia. La percepción que tenemos del mundo está íntimamente ligada a esta tarea fundamental, y nuestra subjetividad revela las raíces culturales de las que provenimos y cómo se nos ha enseñado a habitar el mundo.
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