
Maternidad en la literatura victoriana
En incontables ocasiones la literatura se nos presenta como un lugar incómodo, misterioso, de confrontación e interacción continua; nos permite, asimismo, introducirnos en diversos mundos ficcionales que pueden estar en correlación (o no) con la realidad social.
Los textos literarios, en mayor o menor medida, problematizan y complejizan ciertas temáticas que han sido abordadas universalmente a lo largo del tiempo. Problematizaciones tales como la maternidad –entendida en la actualidad como momento de elección y goce- han encontrado un tratamiento tabú y casi fantasmagórico en la literatura, por ejemplo, del siglo XIX.
La maternidad retratada
Los cuerpos gestantes en la literatura victoriana reflejan las experiencias límites atravesadas por las mujeres. Dichas experiencias se encuentran repletas de sentimientos como el miedo, la incomodidad y la violencia. La maternidad era entendida como una obligación –un simple servicio prestado para la continuación del linaje.
En vistas de la alta tasa de mortalidad en partos, las mujeres debían atravesar múltiples embarazos para asegurar la supervivencia de al menos un vástago. A este asecho constante e incansable de la muerte debemos sumarle la escasez de métodos anticonceptivos, la falta de higiene y de conocimientos.

Asimismo, siendo algo cotidiano, el embarazo se llevaba con un gran secretismo; las mujeres ocultaban su estado y lo trataban como una convalecencia. Por lo tanto, no sería contradictorio que, en tales condiciones, esta experiencia pudiese haber sido traumática y angustiosa para aquellas mujeres.
Escritoras como Mary Shelley y Emily Brontë se atrevieron a elevar sus voces para poner por escrito las injusticias y carencias sufridas por las mujeres.
Siendo sus novelas dos pilares importantes de la literatura victoriana, Frankenstein y Cumbres Borrascosas problematizan y cuestionan, además, la maternidad y el parto.
En el capítulo XIV del primer libro de Cumbres Borrascosas, Ellen Dean deja caer algunas insinuaciones sobre el embarazo de Catherine Linton. En palabras del ama de llaves, dicha convalecencia había modificado tanto su aspecto como su carácter. Catherine Linton nunca tuvo elección.
Debía cumplir con las obligaciones impuestas por la sociedad aunque su propia vida corriese peligro. En solo un párrafo Emily Brontë nos sumerge fríamente en el destino de gran parte de las mujeres gestantes: la muerte.
“En torno a las doce de aquella misma noche nació la Catherine que vio usted en Cumbres Borrascosas, una criatura enclenque y sietemesina; y dos horas después moría la madre sin haber recobrado el conocimiento.”

Aunque el argumento de la obra gire en torno a una reflexión acerca de la ética y los límites de la ciencia, Frankenstein ha dado lugar a múltiples lecturas.
Una de las más frecuentes, en tono biograficista, se centra en una alegoría de la maternidad.
A lo largo de su vida, Mary Shelley no solo perdió a su madre, Mary Wollstonecraft –quien murió en el parto-, sino que además sufrió numerosos abortos y la pérdida de una hija recién nacida.
Existe una relación de semejanza entre el personaje, Víctor Frankenstein, y Mary Shelley: ambos temen perder la vida y el control sobre su propia creación.
La angustia, la soledad y el miedo hacia la propia creación aparecen como tópicos recurrentes durante toda su obra.
Asimismo la curiosidad científica se entremezcla constantemente con el trauma y la incertidumbre, dando como resultado lo que hoy consideramos como la primera novela de ciencia ficción.
“El sol y el cielo han sido testigos de mis actividades y te confirmarán lo que acabo de decirte. ¡Yo soy el asesino de esas inocentes víctimas! Todos murieron por causa de mis manipulaciones, aunque lo cierto es que hubiera derramado con gusto mi sangre para salvar sus vidas. Pero no me ha sido posible liberarles de la muerte… No me es posible sacrificar a toda la humanidad.”