Las películas y series son objetos artísticos y culturales que circulan en la sociedad, por lo que no resultan ajenos a lo que en ella ocurre. ¿Qué sucede cuando olvidamos el contexto en el que fueron creados y pretendemos que estas producciones cumplan con valores de nuestra actualidad?
Nada tiene de inocente una película, o una serie, o una obra de teatro, o un tema musical, o una escultura o un lienzo pintado. Los productos de la industria cultural, por más que se presenten como meros entretenimientos, dejan entrever los procesos que formaron parte de su desarrollo. Por eso, las historias que contamos y la forma en la que lo hacemos dan cuenta de la manera en que vemos y entendemos el mundo.
Al momento de visualizar una producción cultural, recibimos un conjunto de signos que cargamos de sentido. Por ejemplo, cuando nos encontramos con un audiovisual vemos, entre otras cosas, la imagen con su correspondiente construcción en función de iluminación, encuadre, angulación y demás; el sonido, las actuaciones y el relato, entre muchas otras cosas. Todo ello funciona en conjunto y constituye el objeto final que miramos e interpretamos.
Y esa tarea, que parece agotadora pero que realizamos de forma inconsciente, se inserta en un tiempo y espacio determinados. No es lo mismo que una película hecha en los mil novecientos sea vista en esa época a que sea vista en nuestra actualidad. Lo mismo ocurre con el espacio: una producción hecha en la capital de Buenos Aires no va a ser interpretada de la misma manera en el conurbano, en el norte o en el sur de Argentina, ni mucho menos en el exterior. Con todo esto, podemos abrir una pregunta: ¿con qué ojos es correcto mirar los objetos del pasado?
El streaming, que tan en boga está en la actualidad, permite volver a ver series y películas emitidas en un pasado distante y no tanto. En particular, las sitcoms -o comedias de situación- son una visualización que permite entretener en un corto período de tiempo, pues los episodios suelen durar poco más de veinte minutos. Algunos de los ejemplos más conocidos son Friends, The Office, Casados con Hijos y The Nanny. En todas, las vivencias burdas hacen que lxs espectadorxs puedan distenderse y reírse un rato. Sin embargo, ¿cuánta gracia puede causar una historia en la que cuestiones como la sexualidad, el género, la nacionalidad, el físico son motivo de burla?
Las producciones que envejecieron «bien»
En Friends, se relata el día a día de un grupo de amigas y amigos. Los trabajos, las relaciones, los deseos y los fracasos son algunas de las cosas que se muestran en los 236 capítulos y 10 temporadas que comenzaron en 1994 y finalizaron en 2004. The Office, por su parte, muestra la cotidianidad de un grupo de trabajadoras y trabajadores de una empresa que vende papel; también las relaciones laborales, personales y amorosas son un eje que guía el relato de esta serie que tuvo 9 temporadas entre 2005 y 2013. Ahora, si venimos a territorio local, Casados con Hijos se centra en la vida de una familia un tanto disfuncional de clase media que debe enfrentarse a problemas económicos y sociales entre su propio núcleo familiar y en relación con sus amigxs, vecinxs y compañerxs laborales; con solo 2 temporadas, se produjo desde 2005 hasta 2006.
De todas estas sitcoms, The Nanny es la más antigua: desde 1993 hasta 1999, tuvo 6 temporadas. De nuevo, los intereses amorosos, las aspiraciones laborales y las relaciones interpersonales dejan ver una producción burlesca pero que, de todas maneras, resulta inteligente y atrevida. Creada, producida e interpretada por Fran Drescher, la protagonista principal es una mujer de clase media que trabaja como niñera de un grupo de hermanxs nacidxs en el seno de una familia rica. Digna de la época en la que fue creada, cuestiones como el sexismo y el machismo, la cosificación e hipersexualización de la mujer, el clasismo y la gordofobia son moneda corriente en sus 146 episodios (lo que también se observa en las otras tres series tomadas como ejemplo).
Si bien la niñera es mostrada como una mujer segura, fuerte, independiente, inteligente, sarcástica y que vive su sexualidad libremente, su deseo de convertirse en ama de casa de un marido rico y buen mozo no es dejado de lado. Por ello, no termina de ser una mujer tan fuerte e independiente, ni tan inteligente como se la muestra (resulta piola en cuestiones de calle y barrio pero bruta dentro de la familia para la que trabaja, en tanto el choque de clases se deja entrever), y su libre sexualidad se convierte en suelo fértil para su cosificación.
En todas estas sitcoms, la tensión sexoafectiva entre las y los personajes sirve de guía para las historias. Excepto un protagonista en The Office, todxs lxs principales son cis y heterosexuales; y menos algunxs personajes también en The Office, la flacura y blancura predominan. La fobia a engordar, el deseo de maternar por sobre todo lo demás, la cosificación de las mujeres, incluso el choque de clases se hacen presentes, entre muchas otras cosas.
Retomemos la pregunta
Dicho todo esto, ¿es justo juzgar con ojos del presente las producciones del pasado? ¿Qué pasa con la cultura de la cancelación cuando lo que vemos fue creado con valores que hoy quedaron viejos pero que, en ese entonces, estaban naturalizados?
Cuando el episodio especial de reencuentro del elenco de Friends salió al aire, la serie volvió a ponerse en agenda y las críticas no tardaron en llegar. Cuando The Office ingresó al catálogo de Netflix, lxs usuarixs en Twitter la convirtieron en tendencia por la negativa hacia su construcción. Lo mismo con Casados con Hijos, que hoy en día sigue en emisión en canales de aire (por cuestiones prácticas y en tanto no forma parte de la sitcom televisiva, obviaremos en este escrito la nueva producción teatral que se estrenó hace un mes). Todos estos productos reciben críticas contemporáneas basadas en modos de ver actuales que no toman en cuenta el tiempo y el espacio en que fueron creados (en su gran mayoría, a fines de la década del 90 -es decir, hace más de veinte años-).
¿Las consumimos sin cuestionar? ¿Debemos verlas con ojo crítico para evitar que vuelvan a reproducirse? ¿Alcanza con eso? ¿Acaso debemos cancelarlas? ¿Dónde dibujamos la línea de la tolerancia?
Los comentarios sexuales de “la nana” Fine; el “Cafecito”, “Cállense, mierdas” y el “Pedazo de boludo” de lxs Argento; la relación de Ross y Rachel, los problemas alimenticios de Mónica y las parejas sexuales de Joey; el amor prohibido de Jim y Pam y los “That’s what she said” de Michael fueron pensados hace ya un tiempo. Hoy, disponibles en canales de aire y en plataformas de streaming, podemos volver a verlos, repensarlos y cuestionarlos sin dejar que la cultura de la cancelación nos lleve la delantera.Mientras tengamos en cuenta que esas historias del pasado debe permanecer allí -en el pasado- y que su visualización no debe traducirse en su construcción en el presente; siempre y cuando entendamos que estas series fueron construidas con valores que ya quedaron viejos, Friends, The Office, Casados con Hijos y The Nanny, por mencionar algunas, son (muy) buenas opciones para pasar el rato.