Las 13 rosas
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Las Trece Rosas: entre verosimilitud, resistencia, verdad y ficción

Numerosas fueron las mujeres que desde diversas ocupaciones estuvieron involucradas en la resistencia antifranquista y, como era de esperarse, en este último tiempo se empezaron a recuperar y reelaborar las historias de varios casos que habían permanecido marginados por la historiografía oficial.

Uno de ellos es el caso de Las Trece Rosas, un grupo de jóvenes fusiladas por el régimen franquista. El caso tomó más visibilidad a principios de este siglo, principalmente gracias al rescate de testimonios orales, revisión de archivos, trabajos de investigación y producción artística a partir de los mismos.

Actualmente, este pasaje de la historia se ha convertido en un caso emblemático, en símbolo de denuncia, de reivindicación y en símbolo de la resistencia de la España progresista ante el avance del fascismo europeo en aquella convulsa y violenta época.

LAS 13 ROSAS: LAS CIRCUNSTANCIAS HISTÓRICAS DEL FUSILAMIENTO

La madrugada del 5 de agosto de 1939, 13 mujeres fueron fusiladas contra las tapias del por entonces llamado Cementerio de La Almudena en Madrid. La mayoría de ellas no alcanzaban la mayoría de edad, razón por la cual pasaron a ser conocidas como Las Trece Rosas.

Días antes del fusilamiento, el 27 de julio de 1939, el comandante de la Guardia Civil y encargado del Archivo de la Masonería y el Comunismo, Isaac Gabaldón, sufrió un atentado de muerte junto a sus dos acompañantes en un coche oficial durante un supuesto control de carreteras. Los ejecutantes fueron tres jóvenes de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) que estaban armados y disfrazados de militares.

Las Trece Rosas, emblema de resistencia

Fotografía de las Trece Rosas

El nuevo régimen tomó este acto como un desafío por parte de los revolucionarios, por lo que se decidió dar un castigo ejemplarizador a los responsables ideológicos, directos e indirectos. El régimen franquista decidió atribuir la autoría del asesinato de Gabaldón a una supuesta red socialista, y esto se tradujo en la criminalización y ejecución de personas detenidas previamente al atentado.

Entre ellas figuraban las 14 mujeres de la historia en cuestión. De ellas solamente una se salvó momentáneamente, Antonia Torre Yela, por un error burocrático con su nombre (por lo que fue llamada la Rosa Catorce). La sentencia que dictaminó el fiscal fue por el delito de adhesión a la rebelión; acusación genérica utilizada por la justicia franquista debido a que la gran mayoría eran pertenecientes a las JSU y los defensores de la legalidad republicana tras el fin de la Guerra Civil Española.

Dos días después del dictamen, en la mencionada madrugada del 5 de agosto, Las Trece Rosas fueron trasladadas en camión desde la prisión de mujeres de Ventas, (donde se encontraban recluidas hace meses por pertenecer a las JSU), para luego ser ejecutadas por las tropas franquistas, solamente cuatro meses después de acabada la guerra. Decenas de balas surcaron el aire y perforaron los muros del Cementerio de la Almudena y, junto con los demás sentenciados, Las Trece Rosas cayeron fusiladas.

CARTAS Y TESTIGOS: ARCHIVOS DE LA RESISTENCIA

Una de las grandes fuentes testimoniales de la época es la correspondencia carcelaria durante la guerra civil y el franquismo. Muchas de esas cartas son ahora símbolos de la resistencia antifranquista. En este caso, es imprescindible mencionar las cartas redactadas por Las Trece Rosas desde la cárcel de mujeres de Ventas pocas horas antes de su fusilamiento.

En estos documentos las mujeres dejaron plasmada su absoluta conciencia sobre las razones de su encarcelamiento y su sentencia a muerte. Ellas sabían que no cometieron ningún crimen, su situación era producto de haber pertenecido al bando que perdió en la guerra, y de representar un modelo de mujer contrario al nacional católico que quería imponer el régimen.

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Las cartas de Las Trece Rosas, dos de ellas principalmente, adquirieron gran notoriedad pública; ya en democracia, fueron tomadas como pruebas para denunciar los crímenes de la dictadura y son hoy en día consideradas objetos de culto. Estas cartas ocupan uno de los lugares centrales en la memoria colectiva española.

La conocidísima posdata de Julia Conesa “que mi nombre no se borre de la historia”, que incluso ya ha devenido en cliché, se puede entender como una sentencia premonitoria enfática aunque demorada pero también se puede leer como una apelación directa al testimonio de testigos inmediatos. Esta dimensión experiencial que desata ese texto fue muy influyente en la producción material de manifestaciones que trabajan a partir de testimonios de sobrevivientes, y así es como el legado de ese archivo y de esa oralidad se ha materializado con el pasar de los años en investigaciones periodísticas, documentales y producciones artísticas.

En el caso de Las Trece Rosas, que no hace muchos años atrás resonaba casi a manera de leyenda, juegan un papel fundamental los testigos. Tras su repercusión mediática, la historiografía académica y la de divulgación han generado una buena cantidad de productos en géneros como el documental, el cine, y la literatura, entre otros, que han funcionado como espacios en los cuales se ha dado el rescate y la revalorización del testimonio.

PRODUCTOS ARTÍSTICOS POR EL RESGUARDO DE LA MEMORIA

Dentro de la narrativa española contemporánea, destaca la producción de las llamadas ficciones de la memoria. Narrar a partir de datos históricos es una estrategia de verosimilitud y a la vez de veracidad que se construye desde los elementos contextuales en donde se enmarca la ficción y que genera una reconstrucción literaria de sucesos históricos y una develación de realidades silenciadas u ocultadas. En estas producciones, la ficción y el dato histórico se entrelazan alrededor de objetivos estéticos y políticos.

Las Trece Rosas resultan un ejemplo paradigmático por la multiplicidad de productos artísticos que ha inspirado y por el trabajo de recuperación y reflexión acerca del pasado que gira en torno a su caso. No obstante, dichos productos no han estado exentos a la polémica. Por ejemplo, la película “Las 13 rosas” de 2007, dirigida por Emilio Martínez-Lázaro, levantó un horizonte de expectativas muy determinado. El público esperaba “verdad” y no verosimilitud; y esa exigencia está fuera del alcance de los mecanismos de representación artística, y también fuera de sus objetivos.

Existen también documentales acerca del caso. Muchos de ellos tienen un marcado tono emotivo, e incluso algunas veces llegan a rayar en la sensiblería excesiva. Pero para bien o para mal ¿acaso no es así como se ha construido la historia, independientemente de sus recursos o modos? También vale preguntarse, ¿es esta sensibilidad exagerada exclusiva de los productos relativos al caso de Las Trece Rosas? Conviene recordar que incluso clásicos del género como Soldados de Salamina, de Javier Cercas, han recibido acusaciones similares.

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Las 13 Rosas (2007), película dirigida por Emilio Martínez Lázaro

Más allá de la polémica, lo que es cierto es la necesidad del trabajo con el pasado y la urgencia de ser testimoniado. Estos productos culturales trabajan siempre sobre la fragilidad de la memoria, territorio cada vez más amenazado por una generación que la conocerá como relato, es decir, como una memoria generacional adquirida. Entonces, la producción artística no solo sería un modo de intervención en la reconstrucción y representación del pasado, sino también de construcción del presente y del futuro sobre la memoria de la víctima y del testigo ante el eventual peligro de la pérdida del testimonio.

Resulta imposible pensar en la ficción sin el peligro de bordear el melodrama o peor aún, caer en el reduccionismo de su verdad ya que sus herramientas, aunque se lo propusieran, no podrían abarcar tal brutalidad.

A pesar de lo anterior, el desarrollo artístico que se ha venido dando alrededor de Las Trece Rosas propone un nuevo interrogante en cuanto a las posibilidades reales para comprender el pasado traumático y, junto a ellas, las discusiones sobre lo legítimo de los circuitos de la cultura de masas. El esperado pacto de verosimilitud para la incursión a la memoria traumática ofrece variadas determinantes que incluye indefectiblemente las tensiones entre lo que sería el deber de la memoria, las restricciones de la tradición de los productos artísticos y las exigencias del mercado.

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