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Victoria Ocampo y Virginia Woolf: mujeres hambrientas de realidad

Victoria Ocampo

¿Cómo hacer, Virginia, para pegar Europa a América y secar el océano que las separa? (…) Si hay alguien en el mundo que puede darme calor y esperanza, es usted. Por el simple hecho de ser lo que usted es y de pensar como usted piensa.

Así le escribía Victoria Ocampo a Virginia Woolf en una carta de diciembre de 1934. Las autoras, que se habían conocido en Londres ese mismo año, intercambiaron correspondencia hasta 1940, un año antes de la muerte de la escritora inglesa.

Una reciente edición de Rara Avis (2020) incluye, además de la correspondencia, el ensayo “Virginia Woolf en su diario”, en el cual Victoria Ocampo reflexiona sobre la vida de Virginia a partir de las entradas en su diario, que fueron publicadas tras su muerte. Se trata de un ensayo de inmensa profundidad, que toca temas como la infancia, el amor, el tiempo y lo real.

Y sobre esto último vale la pena detenerse, porque para Ocampo (1934) “las cosas no existen realmente para nosotros sino cuando y porque tenemos hambre de ellas y en la medida que esta hambre sea intensa”.  Así se lo cuenta a Woolf en una carta de 1934. En la misma carta le confiesa:: “No me gusta comer y no alimentarme. Y creo que el hambre lo es todo. No me avergüenzo de estar hambrienta”.

Victoria Ocampo y Virginia Woolf podrían ser las únicas comensales de un banquete cocinado a medida solo para su apetito. Lo que su intercambio epistolar, los ensayos y las entradas en el diario dejan entrever es un hambre voraz entre dos personas que bien podrían compartir paladar. Incluso Victoria, sola en la sobremesa, intuye nuevas conversaciones con la difunta Virginia y le habla en sus Testimonios.

La escritora argentina se propone conocer el hambre de Woolf en sus propias palabras, las del diario. Allí, Virginia describe que llega a una

“conciencia de lo que yo llamo realidad: una cosa que veo ante mí: algo abstracto, pero que reside en los downs o en el cielo; junto a la cual nada importa; en la que yo descansaré y continuaré existiendo. Realidad la llamo. Y se me ocurre a veces que esta es la cosa más necesaria para mí. Lo que busco”.

Victoria Ocampo lee el hambre de Realidad de Woolf y nota que la autora inglesa encuentra eso (la cosa, al mejor estilo de La pasión según GH para Clarice Lispector) caminando un día por Russel Square. En su diario, Virginia anota que una tarde sintió “Una sensación intensa y asombrosa de que algo que está ahí es eso. No se trata exactamente de belleza. Se trata de que la cosa en sí basta: es satisfactoria, completa”.

 En ese paladar compartido, atravesado por un hambre voraz y espiritual, Ocampo saborea que la visión de Virginia en Russel Square puede traducirse como una de esas “experiencias incomunicables en que nos parece como si rozáramos una realidad irreal, más verdadera que lo tangible; realidad única, indivisible, que ya desesperábamos alcanzar y que impregna misteriosamente hasta los humildes objetos de la vida diaria”.

Victoria Ocampo

Aunque Victoria Ocampo hable luego de cómo esto se refleja en la obra de otros artistas, incluso de quienes no son escritores, en “Virginia Woolf, Orlando y Cía.” deja explícito que Virginia es una maestra de encontrar la Realidad en su escritura, especialmente aquella que se impregna en los objetos de la vida diaria. Woolf acusaba a los autores de su época de ser escritores materialistas, que se ocupaban del cuerpo en vez del espíritu, traicionándolo.

La escritura de lo real en Woolf

En el ensayo que abre Testimonios, la escritora argentina reflexiona sobre la obra de Virginia Woolf:

“¿Qué es la vida para Virginia, esa vida que los novelistas como Bennet traicionan? Es, además de los gestos que hacemos para tomar un tenedor, subir una escalera, atar un zapato, (…) el acto más insignificante como el más importante de nuestra vida”.

Para Ocampo la escritura de Woolf es una escritura espiritual porque se ocupa de ordenar, desde el espíritu, el desorden de lo cotidiano. Es, en definitiva, una búsqueda activa de la Realidad.

Ocampo se suma a las críticas de Woolf diciendo que el error de los escritores materialistas “es querer describir el mundo visible como si su visibilidad misma no dependiera del mundo invisible (es decir, imperceptible para nuestros sentidos) que lo circunda”. En ese espacio circundante entre lo visible y lo invisible, ocurre lo que Victoria reconoce en la escritura de Virginia como “silencio”.

Para Victoria, Virginia Woolf

“sabe que, como el éter, el silencio es un agente de transmisión que conocemos mal, pero cuyos continuos mensajes logramos a veces descifrar. (…) Perdidos en él, los seres se aproximan o se alejan unos de otros, se atan o desatan unos a otros. Se empeña en volvernos sensible este carácter del silencio”.

No es casualidad que el silencio y lo cotidiano se vuelvan latentes en la obra y correspondencia de estas autoras. Para Tamara Kamenszain (1947-1921), poeta argentina, “Si la escritura y el silencio se reconocen una a otro en ese camino que los separa del habla, la mujer, silenciosa por tradición, está cerca de la escritura”. Y no puede obviarse esa tradición silenciosa. La correspondencia entre Virginia y Victoria es un portal hacia la vivencia de una Inglaterra que apenas estrenaba el sufragio femenino, y una Argentina a la cual todavía le faltaban casi dos décadas para impulsarlo.

Kamenszain redobla la apuesta, y, en el acto más importante como el más insignificante de nuestra vida, escribe: “Coser, bordar, limpiar, cocinar, cuántas maneras metafóricas de decir escribir. Ya es casi parte del sentido común comparar al texto con un tejido, a la construcción del relato como una costura, al modo de adjetivar un poema con la acción de bordar”.

Victoria Ocampo: «Heredar lo invisible«

Quizás se trate, al fin y al cabo, de volver visible la costura de esa tradición. Victoria Ocampo cuenta que Virginia Woolf “jamás subestimó, como otras mujeres ingratas e ignorantes, lo que la mujer contemporánea debe a sus hermanas del pasado”. La postura de vanguardia adoptada frente a la época no pasó desapercibida, y hoy se recupera con la responsabilidad de vivir en una sociedad donde el silencio cada vez está más lejos de ser la experiencia femenina por excelencia.

Lo que se encuentra en unas mejillas sonrosadas para Virginia Woolf, en la artesanía maternal para Tamara Kamenszain, en la cucaracha para Clarice Lispector… todo conforma una búsqueda desde la escritura en femenino –en silencio, en invisible– hacia la Realidad.

Cuando Victoria Ocampo conoció a Virginia Woolf dijo que ese encuentro le trajo “la certidumbre de que nada de lo que había imaginado de la mujer, soñado para ella, defendido en su nombre, es falso, exagerado ni vano”. La escritura del espíritu, latente en sus cartas y ensayos, constituye aproximaciones a una Realidad heredada, mamada de nuestras ancestras, que corre por nuestras venas y que todavía late en nuestros corazones y se hace vida en nuestros pulmones. 

La tradición literaria de las mujeres del siglo XX, y especialmente la que se hereda de Victoria Ocampo y Virginia Woolf, es la reafirmación de un hambre voraz entre mujeres que dialogan sobre el espíritu y su capacidad de colarse en todas las fisuras de lo cotidiano. Por el simple hecho de ser lo que ellas son y de pensar como ellas piensan.

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