Agnès Varda
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La vigencia de Respuesta de mujeres: nuestro cuerpo, nuestro sexo, el panfleto cinematográfico de Agnès Varda

El año 1975 fue declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas como el año internacional de la mujer. En aquel entonces, esto se consideró un hito porque no solo suponía un reconocimiento de los problemas que atravesaban las mujeres, sino que, además, los llevaría a ser parte central de la agenda de la Organización. Esta decisión implicaba una aceptación de la desigualdad entre hombres y mujeres, y la necesidad de resolverla. Agnès Varda retrata en este corto este recorrido histórico de las mujeres francesas.

Agnès Varda y ¿qué es ser mujer?

Ese mismo año, la cadena Antenne 2 le pidió a siete mujeres cineastas que respondiesen a la pregunta “¿Qué es ser mujer?” en siete minutos. El foco estaba en la respuesta, en la forma que cada una encontraría de expresar el cúmulo de sentimientos diversos y contradictorios resultantes de una pregunta que puede describirse, además de compleja, como injusta. ¿Por qué deben las mujeres explicar qué es ser mujer mientras que a los hombres no se les exige una definición tal? Agnès Varda encuentra una forma de responder en su brevísimo corto documental, una especie de panfleto cinematográfico, Respuesta de mujeres: nuestro cuerpo, nuestro sexo (Réponse de femmes: Notre corps, notre sexe).

El cortometraje se sitúa, ideológicamente, en el feminismo de la segunda ola, el cual comienza a principios de la década de los 60 y termina a fines de los 80. Este feminismo se centraba en temas como la sexualidad, la estructura familiar y los mandatos sufridos por la mujer; el libre acceso a los estudios y las diversas profesiones, y el derecho al aborto. El corto de Agnès Varda sigue la campaña por la legalización del aborto en Francia, y la publicación del Manifiesto de las 343 (Manifeste des 343, 1971), redactado por Simone de Beauvoir.

En esta declaración las 343 firmantes aseguraban haber tenido un aborto y que, como consecuencia, se exponían a procedimientos penales que las podían llevar a la cárcel. Incluso algunas de estas mujeres exigían que el aborto fuera gratuito, además de libre. Esta declaración contribuyó a que se ratificara, a fines de 1974, la ley Veil que despenalizaba la interrupción voluntaria del embarazo.

El cortometraje de Agnès Varda aparece en un contexto donde las mujeres estaban luchando por hacer escuchar su voz, y el feminismo estaba en boga. Las mujeres recurrían a las manifestaciones y huelgas para luchar por sus derechos; para las que se dedicaban al arte, este era un medio más para expresar su descontento.

Agnès Varda, el cine como trinchera del feminismo

Agnès Varda fue la figura central femenina –y quizá la única recordada hasta ahora– de la Nouvelle Vague. También fue muy importante dentro del cine feminista, hecho por mujeres. Ella consiguió hacerse un espacio en el “canon” de aquella época, en el cual predominaban los directores hombres, quienes gozaron de gran reconocimiento en la crítica y el ámbito de cine de aquella época. Las mujeres cineastas fueron relegadas al espacio del olvido, a los pliegues de un canon que no admitía a las mujeres.

En el cortometraje de Agnès Varda, la primera mujer en responder a la pregunta está desnuda y mira fijamente a la cámara mientras dice “soy más que los puntos calientes del deseo de los hombres. No sólo soy sexo y pechos.”

Las mujeres no son solamente un cuerpo configurado en relación a lo que desean los hombres; ser mujer es también, como se dice después en el corto, tener la cabeza de una mujer, “una cabeza que piensa diferente a la de un hombre.” La cámara prosigue y hace un primer plano de cada una de las mujeres que actúan en el corto, reforzando la idea planteada. Ser mujer es, justamente , pensar de forma distinta a los hombres, tener otras ideas, expresarse de otra manera. 

A continuación, el corto adquiere un tono más sarcástico:las mujeres participan repitiendo cada uno de los atributos que los hombres esperan de ellas, cómo son vistas y descritas por ellos. Exóticas, deseables, misteriosas, deben estar listas para satisfacer caprichos y fantasías. Además, tienen que sobresalir porque supuestamente son todas iguales: “molestas, frívolas, chismosas, perras, putas”. Al repetir estas ideas en voz alta, las mujeres comparten miradas cómplices y se ríen frente a lo absurdo de la proposición.

En otro momento del corto, aparece un tema que aún hoy sigue siendo motivo de lucha para las mujeres: la maternidad. ¿Quieren todas las mujeres convertirse en madres? Una de ellas responde que sí, la otra que no. Empieza a escucharse la voz en off de un hombre repitiendo los discursos que conforman los mandatos de la sociedad, las exigencias familiares que tan bien conocemos todas las mujeres:

“Danos hijos, soldados, obreros, científicos. Danos hijas, cocineras, trabajadoras, madres. ¡Las mujeres están hechas para tener hijos! Una mujer que nunca ha conocido la maternidad no es una mujer de verdad.”

El hombre se queja, habla con rechazo hacia el grupo de mujeres que se encuentra en el plano, a lo que ellas responden haciendo referencia al doble estándar, al estatuto inalterable de la paternidad, y su relación (inexistente) con lo que es “ser hombre”.

Incluso en aquel momento se cuestionaba el mandato implacable de la maternidad, aquel que pasa por encima a las identidades individuales, que menosprecia al cuerpo y lo considera meramente una herramienta para alcanzar un fin: la reproducción.

Es impensable hacer un corto feminista, que habla sobre la mujer y su experiencia en un mundo machista, sin hacer hincapié en un tema como el ser madre. El deber ser, la obligación inalterable. No importa edad, deseo propio, personalidad; lo que dice el hombre en el corto es exactamente lo que la sociedad nos exige. Una mujer que no conoció la maternidad no es una mujer de verdad; sin esa experiencia, a los ojos de la comunidad, la mujer está incompleta.

Agnès Varda

“¿Cómo se atreven a decidir si somos mujeres o no? ¿Cómo somos las mujeres fuera de la opinión masculina?”, se preguntan en el corto. Esa opinión que se pretende universal, totalitaria, acertada,  se apoya sobre estereotipos y mandatos machistas que intentan establecer un lugar para la mujer que debe mantenerse callada, ceder ante los deseos de los hombres, y ser un objeto para sus fantasías, una mercancía.

 A las mujeres se les exige, desde siempre, un peso y medida de cuerpo específico, irreal, y tampoco se les permite envejecer. Sin embargo, sus exigencias se contradicen entre sí: por un lado, esconder el cuerpo, no mostrarlo para ser pura y respetable; por el otro, mostrarlo en exceso, explotar ese cuerpo para venderlo en un mercado cruel y brutal, inhumano. El corto muestra una seguidilla de publicidades de la época, y en una de ellas se promociona un mueble y, junto a él, posa una mujer desnuda.

Simultáneamente se promocionan las curvas “bonitas” del mueble y de la mujer. “No me gusta que mi cuerpo sea explotado para aumentar las ventas. Me ofrecen como carne para el deseo de los hombres”, dicen quienes participan en el corto. 

También afirman, en otro momento, que no están desnudas gratuitamente en la película.

No, no es gratuitamente, y tampoco para satisfacer el deseo de los hombres, es una decisión ligada directamente a la pregunta planteada en el comienzo: ¿qué es ser mujer? Ser mujer es todo lo que se dice en el corto y más.

Es tener un cuerpo propio, con una cabeza llena de ideas y pensamientos distintos y separados de los de los hombres; es ser consciente de la carga social y cultural que tenemos que llevar e idealmente superar, borrar del imaginario colectivo, deconstruir. Si las mujeres viven una desterritorialización constante es porque no se les permite sentirse cómodas en sus cuerpos, se les exige mantenerlos como si fueran un objeto para el resto, y no una parte central de su ser.

Ser una mujer es habitar un cuerpo atravesado por estereotipos, mandatos y deseos, y sin embargo, hacerlo propio. Reafirmarlo, para avanzar desde ahí. No, no están desnudas gratuitamente: su desnudez propone otra mirada, una que no sea machista. “Ya no puedo soportar ser amada por misóginos”, dice una de ellas. Las mujeres del cortometraje –y tantas otras– están hartas, y no necesitan del deseo de los hombres para sentirse completas, no se avergüenzan de haber nacido mujeres.

El cortometraje aborda todos estos temas, y lo hace en distintos tonos a medida que avanza: enojo, ironía, sarcasmo, indignación, y cada una de estas formas de expresarse es respaldada por el diálogo, por las respuestas que se dan a las preguntas. Viéndolo hoy, tantos años después, las ideas que se expresan en el corto siguen vigentes, lo que nos dice dos cosas:si bien fue algo revolucionario para su época, radical, , el hecho de que siga pareciendo actual significa que no se avanzó tanto, que aún queda camino por recorrer.

Los hombres tienen que cambiar sus hábitos y, en conjunción con ese cambio, el amor y las relaciones sexo-afectivas también deben mutar hacia algo más inclusivo, menos machista. Es un proceso largo, con un recorrido fragmentario, con avances y retrocesos, idas y vueltas, pero lo central es mantenerse en el espectro de la transformación. Ser conscientes de la importancia de actuar como motor, potencia, de un cambio para las mujeres. Una de las frases finales de Respuesta de mujeres: nuestro cuerpo, nuestro sexo, resume muy bien esta idea: “Nos hacemos cargo de nuestra propia evolución”.

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