Coatlicue
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Coatlicue: Derribando los cánones

“La belleza es el último velo que cubre el horror. Se asimila a lo sublime y se convierte en antesala de lo siniestro, transformándose en un velo que recubre un mundo de horror, brutal y doloroso, de pasiones incontenibles y destructoras, en definitiva, una máscara, una apariencia que escamotea un abismo sin fondo cuya visión se resquebrajaría si no se lo enfocase a través de algún filtro.”

Rilke

Existió siempre una correspondencia entre la cultura occidental hegemónica y la legitimación de imágenes, en la que se ha afirmado y construido, la universalización de criterios, formas y discursos.

No resulta necesario hacer un recorrido por los diferentes periodos históricos para dar cuenta que en ellos se ha colado la necesidad de establecer y sostener un canon que disipe todo tipo de diversidades. Sus incontables intentos por borrar o transformar aquellas narrativas de las líneas temporales,  no ha hecho más que reafirmar la colonización de/en las formas de vida.

La hegemonía pretendida a lo largo de la historia, ha promovido diferentes mecanismos de dominación, intimidación e identificación, al igual que normas y prácticas,  en su presunción por volverse universal.

El campo de las artes visuales no ha sido la excepción, y menos aún, sus discursos circundantes.

Coatlicue, la diosa azteca

Uno de los ejemplos más resonantes es el de Coatlicue, divinidad azteca,  madre de todos los dioses, portadora de la fertilidad y la vida, así como de la muerte, la tierra y el cielo.

Descubierta el 13 de agosto de 1790, la Coatlicue o “falda de serpientes”, como indica su traducción, aparece representada como una mujer cubierta de atributos aterradores. Se cree que habría sido realizada alrededor del año 1506.

La escultura se encuentra actualmente en el Museo Nacional de Antropología de México y lo que se observa es una figura dividida en cuatro partes,  en referencia a los puntos cardinales. Los pies, la cabeza, el tórax y la falda, cada una de ellas, repleta de simbolismos.

Coatlicue

Terrorífica y abominable, cómo podría una deidad asemejarse más en apariencia a un monstruo que a una delicada criatura mística.

Claro está, que al ser descubierta, la Coatlicue sufrió la crueldad de ser juzgada por una mirada punzante. El cimbronazo estético entre su imagen y aquellas figuras que representaban el canon clásico fue brutal. 

Las convenciones colectivas en torno a lo bello, fueron construyendo a partir del reconocimiento de ciertos atributos o la presencia de ideales de belleza, un concepto que dejó poco margen para lo que no está reglado por la mirada clásica canónica.

Es por eso que para la cultura occidental, los dioses contaban con ciertas cualidades, y la Coatlicue no poseía ninguna de ellas.

La presencia de la diosa azteca, con un cráneo al frente y otro en la espalda, que tenía el corazón expuesto y una falda de serpientes, lejos de promover una confrontación del orden estético, confirmó lo esperable, la censura como herramienta normativa. De este modo, Coatlicue fue enterrada nuevamente. El problema no era su apariencia, el problema era de quienes enfrentaban el horror de saberse equivocados.

Años más tarde, la Coatlicue es desenterrada nuevamente y trasladada. En primera instancia fue exhibida en un rincón de la  universidad de México, casi oculta, como un símbolo de vergüenza. Pero en 1825, con la reapertura del Museo Nacional de México, encontró por un tiempo su lugar.

Ser enterrada y desenterrada, comprometió más que el deseo por esconder una imagen que atormentaba, la búsqueda por acallar todo tipo de evidencia que contraponga a la “verdad”. Un acto de cobardía, que se  suscribe en la negación e ilegitimación de ciertas imágenes, valiéndose de todo su poder discursivo.

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Deconstruyendo la mirada

Los procesos de deconstrucción de las visiones canónicas han permitido la inclusión de nuevas operatorias discursivas y  la reestructuración  de diferentes miradas frente a lo impuesto. Además, construyen la convivencia de los rastros y huellas de una historia heterogénea, sobre la cual se edifica una sociedad pluricultural. La presunta hegemonía de la cultura occidental no es total, ni absoluta.

En el prólogo del catálogo de la Exposición de Arte Mexicano, Octavio Paz, puso en evidencia los cambios de sensibilidad que hemos experimentado durante los últimos cuatrocientos años, y que refieren a la constante reformulación de interpretaciones sobre la historia. Sobre el caso de la Coatlicue, Paz dice:

“Entre el sacerdote azteca que la veneraba como una diosa y el fraile español que la veía como una manifestación demoníaca, la oposición no es tan profunda como parece a primera vista; para ambos la Coatlicue era una presencia sobrenatural, un misterio tremendo”

En este sentido, su carácter ambiguo de diosa y demonio ha calado en un debate profundo en el mundo de las artes, donde se ha planteado, si la visión del mundo que se tenía estaba sesgada por una forma que no incluía, entre otras cosas, diferentes culturas.

Esta mirada masculina y colonial que ha aniquilado diversas civilizaciones como la azteca, ha sentado precedentes sobre la feminidad, la masculinidad, el/la/los artistas y los estereotipos en el pasado, y aún lo sigue haciendo. Estos gestos, continúan poniéndose en discusión en pos de seguir transformando la manera de leer  lo que se ha hecho hasta el momento, pero con la posibilidad de crear relecturas y construir nuevas.

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La Coatlicue sigue siendo la misma. No ha dejado de ser el bloque de piedra de forma vagamente humana y cubierto de atributos aterradores, lo que ha cambiado es la manera en que nos apropiamos de la historia y la forma en que la percibimos.

Ya no es aquella que solo permite un recorte, si no, la que busca reafirmar la multiplicidad.

Que encuentra en otras formas de expresión rasgos de otras civilizaciones, que introduce nuevas narrativas y por sobre todas las cosas, que entiende que es en la divergencia donde se puede construir un relato que nos incluya a todos.

“Cada evento ordenador de la cultura, cada paso en esa sucesión de progreso, va tamizando los rasgos de la cultura hasta gestar una manifestación visible que se tiene por confiable, por construcción definitiva y revisada.”

Horacio Bollini

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