En nombre propio - Luisa María Ahumada
Club Literario

En nombre propio: la nueva novela de Luisa María Ahumada

El último libro de Luisa María Ahumada es una bitácora de viaje encargada de resguardar los sueños y frustraciones, escondidas detrás la madurez y el éxito aparente. Una narrativa en primera persona que recorre la crónica de un hombre que remueve su pasado en un busca de ese punto de quiebre que rehaga el presente. La nostalgia y la culpa motivan la catarsis, dando forma a una novela tan profunda como informal.

Luisa María Ahumada y una carta moderna

 Tu sobre fue un misil rompiendo en pedazos mi oficina. Volé por fin, caí al precipicio. Mi vida llena de apuros se detuvo ahí donde podía ver tu letra, tu firma, tu nombre.

 La autora de El deseo es una razón y Ciclotimias utiliza el formato de mail como artificio para dotar a su última publicación de una completa intimidad. Con solo una invitación a la publicación de su libro, Rocío, aquel intenso amor del pasado, sumerge a Federico en el mundo de las palabras, aquel que por falta de confianza supo reemplazar por el marketing.

Luisa María Ahumada

Luisa María Ahumada con su libro anterior, El deseo de la razón.

Lo que en otra época hubiera sido una carta de amor cuidadosamente preparada para entregar en mano a su destinatario, es en este caso un estéril archivo Word, almacenado en un pendrive que entra y sale de una notebook cada vez que el enamorado decide agregar una narración más.

El obsequio, un marco que busca resaltar el afecto y la ilusión que se ha guardado durante un par de décadas en un cajón para salir recién ahora, adquiere dimensiones desproporcionadas. Nos encontramos con una extensa catarsis que encuentra su mejor aliado en las palabras.

Los sentimientos toman el control de un diario íntimo que pierde toda lógica de gesto galante o formal romanticismo. Federico encuentra el desahogo perfecto para volcar todos los pensamientos que lo han perseguido desde que Rocío se escapó de su vida. Rememora ese punto de inflexión donde el timón hizo girar el barco hacia una oficina con una vista enriquecedora, y no hacia ella.

 La idea de esta segunda oportunidad siembra consecuencias que escalan con el correr de los días, empujándolo hasta el punto de verse preso de una crónica pasional. Ahonda sin pudor en las desgracias del presente y remueve sin temor los eventos del pasado, llegando a reprochar situaciones que dejaron en él cicatrices abiertas, incluso atacándola, como si no fuera ella la destinataria, como si la conquista no fuera el fin último.

 La progresión de los días y el desglosamiento de la psiquis de un personaje consumido por la ansiedad quedan marcados ágilmente por el ritmo de la novela. La narración se construye en función del tan esperado reencuentro, cuya significancia es nutrida a través de anécdotas del pasado, que nos llevan a entender el vínculo que ambos supieron tener.

La dinámica del alumno y la profesora es explorada y rastreada hasta el presente, como si todas sus interacciones se vieran teñidas por esta. Hacia el final, la ansiedad es compartida dentro y fuera de la ficción, y el reencuentro es un pasaje de tensión in crescendo que logra hacer volar las páginas.

El punto de giro

Ayer me fui a casa pensando nuevamente en las oportunidades. Hay trenes que pasan una sola vez en la vida o, más bien, decisiones que no te dejan volver al punto de partida. Y esa cosa psicoanalítica de que el origen no es el destino está bien para justificarse, para motivarse. Pero lo cierto es que a veces no podés volver atrás, el destino al que arribaste no se parece en nada al que soñaste.

 La novela propone indagar sin intermediarios sobre la crisis de mediana edad, sin tomar el prototipo conflictivo de quien se hunde en la mediocridad. Quien se encuentra bajo la lupa es un hombre en plena crisis de los cuarenta, un exitoso corporativo de marketing; tiene la oficina con vista hacia el horizonte, la secretaria y el renombre.

A estos logros de tanta entidad solo se los puede contrastar con los que no fueron tales, con los sueños truncos, con la fantasía bohemia de juventud, con la mujer esquiva que por un momento creyó tener. Federico se presenta como una víctima de sí mismo, preso de las malas decisiones, de los reveses de la vida y de las pequeñas negligencias disfrazadas de mala suerte.

Basta una señal del pasado, una seña confusa y arbitraria para traerlo a la vida y despreciar todo lo que tiene, como si todo ese tiempo hubiera estado en estado vegetativo, esperando una razón válida para retomar desde donde todo debería haber sido distinto.

 Aunque la novela se presenta ligera y descontracturada, se encamina constantemente hacia lo psicoanalítico. Federico asiste a cada cita con su pendrive como si fuera una sesión de terapia, primero ofreciendo sensaciones y pensamientos, luego desahogándose y diciendo todo lo que calló, lo que calló desde siempre. Escribir, aquella profesión que abandonó por no tener el coraje suficiente o por ceder ante el confort de lo comercial, se convierte de pronto en una necesidad. “A los cuarenta uno vuelve a ser un adolecente”, dice Federico, y es que en un acto de rebeldía contra sí mismo no puede evitar querer lo que no tuvo y despreciar lo que le tocó.

La flagelación es constante en cuanto a la paternidad, a la relación de enemistad con su ex pareja, al desperdicio del talento, a la envidia y a la culpa. Los dos últimos se establecen como los dos bastiones en su desesperada persecución.

 Más que perseguir el amor, Ahumada detalla la idealización del individuo, tomando como recipiente el amor y la época anterior a ese punto de giro que acabó en el presente. Federico no es un romántico empedernido, o un adolecente obnubilado por la pasión, sino un desesperado en busca de salvación, un nostálgico con que encuentra la excusa perfecta en esa historia de amor cuyo final abrupto dejó siempre una puerta entreabierta. Buscando imponerse a través de ese espacio de luz, intenta aprovechar esa última oportunidad como si ella pudiera corregir todo lo que él no pudo.

Share:

Deja un comentario

Ir al contenido