Sylvia Molloy
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Sylvia Molloy: lengua y algo más

En julio se cumplirá un año de la partida de la escritora, ensayista y profesora argentina. Podría pasarme esta nota hablando de la prolífica trayectoria de la autora, sobre todo porque particularmente siento que debemos cada vez más, en estos tiempos, recalcar la vida de aquellas mujeres profesionales que se destacaron y se destacan en su ámbito. Sin embargo, esta vez, las siguientes líneas solo van a versar sobre la lengua y el modo en el que nos transforma y nos otorga una identidad.

Sylvia Molloy fue una brillante escritora trilingüe imposible de categorizar: era novelista, ensayista, crítica, e incluso podemos decir que inventó el género de la autobiografía. Estas palabras intentarán esbozar una imagen de la autora sobre uno de sus rasgos más importantes.

Sylvia Molloy: lengua y algo más | Rock y Arte - Divulgación Cultural

Primera lectura

Vivir entre lenguas es una recopilación de las vivencias de la autora tal como ella se denomina en su calidad de bilingüe o trilingüe. La obra va marcando las etapas de su vida, indicando cómo la lengua cambia, se adapta e incluso se mezcla tanto en diferentes etapas de nuestra vida y en diferentes lugares. Esta obra es una suerte de conjunto de microrrelatos autobiográficos que pintan la imagen de una persona que podía levantarse y decir “Buenos días” o llamar “Curuzú-Cuatía” a sus gallinas, a escribir relatos en inglés y a redescubrir el francés de su madre.

Es imposible no imaginarse los switching que la autora nos plantea, nos sentimos cercanos a su experiencia. ¿Quién no ha estado en la difícil situación de estar en una charla y de pronto lanzar una palabra castellanizada por no recordar el término correcto? Aquí, reconocemos al pecado y al pecador.

La obra nos transporta a su estudio, a sus manuscritos, a su salón de clases, incluso a sus conversaciones y secretos con su hermana Ana María. Y a medida que avanzamos en la lectura nos planteamos la siguiente pregunta ¿el idioma nos define? ¿Nos da nuestra identidad? “¿En qué lengua soy?”. Esa última es la pregunta que nos plantea y que debemos responder.

Segunda Lectura

Una sola no basta. Me encontré nuevamente entre tus palabras, Sylvia (te tuteó porque te siento cercana, y es imposible no hacerlo con tus palabras), y llegué a la conclusión de que podemos desentrañar algunos aspectos interesantes. ¿Hay una brecha de género en el idioma? Quizás existe, al menos la apariencia de ello se luce cuando nos cuenta que su madre al perder el francés, estudia inglés. ¿A escondidas? No queda claro. El inglés es propiedad de su padre, lo habla con él; con su madre predomina el español, y la lengua del país galo se pierde hasta que la retoma en sus estudios.

Cuando relata sobre la territorialidad del idioma, vislumbramos la brecha de clase. En su época e incluso ahora se estudia el inglés para ser parte de aquella élite. Ahora bien, ¿es lo mismo saber inglés que hablarlo o sentirlo? Al parecer, no. Incluso podemos prepararnos para una entrevista en aquel inglés técnico que aprendemos de memoria en el colegio. Sin embargo ¿podemos leer Pride and Prejudice con el mismo detenimiento? ¿Hamlet? ¿Oliver Twist? ¿O incluso una versión adaptada de The Client, de Grisham?

A simple vista y oído, no es lo mismo “ser o no ser” que “to be or not to be”. Por otro lado, si dos personas pueden entablar una conversación en otro idioma, ¿deben ser técnicos? ¿O es mejor sentir la conversación? En las entrevistas de trabajo es común que los aspirantes se sometan a una conversación en el idioma, las respuestas parecen ensayadas y monótonas, y seguramente lejos de la situación que a futuro se presente. Las preguntas habituales rondan desde ¿por qué te decidiste por tal o cuál carrera? ¿qué expectativas tenés de este puesto? Y claro que la respuesta la podemos ensayar, incluso estudiar de memoria para que salga de manera perfecta con el acento correcto. ¿Eso hace que sea una respuesta honesta? El resultado esperable es que se pueda entablar una charla amena y ser conscientes de que aquellas respuestas ensayadas distan de los verdaderos retos que esperan a futuro.

Molloy y la lengua

Otro aspecto a tener en cuenta son las traducciones, donde me voy a detener en dos puntos.

El primero es respecto a aquellos autores que menciona la novelista que tuvieron que cambiar de lengua para expresarse, entre los cuales el que más resalta o más particularidades ofrece es Guillermo (William) Hudson, ¿debemos reprocharle la negación a sus raíces? Un sentimiento nacional nos obliga a creer que sí. Sin embargo, no podemos culparlo. Los lugares nos adoptan; quizás, como en el caso del autor, hasta olvidarnos del rincón del mundo que nos vio nacer. La conclusión que en este caso impera es que quizás se trata de un autor monolingüe, alguien que es y vive a través del inglés británico. Para el caso, me quedo con la reflexión final de la autora: “Como escritor argentino, Hudson no puede ceder, ni siquiera en el título, al sueño imperial de otro país. O de otra lengua”. Más adelante el velo cae, y ya se lo presenta como escritor británico.

El segundo aspecto a destacar también puede relacionarse con los extractos Acento, Frontera y Texto Original, donde queda marcado el dilema en el que se encuentra el extranjero cuando se presenta en otro centro de vida donde, como marca Molloy, debe desheredar su lengua natal ya que se impone el idioma oficial. Incluso resalto el cruel relato de Cruces bilingües, que causa una suerte de temblor cuando las fuerzas políticas utilizan la lengua como herramientas de exclusión: Para el monolingüe, no hay sino una lengua desde donde se piensa un solo mundo. No todo es como dicen que es.

Entendemos que, al menos en la teoría, la lengua son los signos y el idioma la lengua que utilizamos en un determinado lugar. Por eso la autora se refiere a la lengua, en vez de al idioma; ella habla francés, inglés y español. Independientemente del lugar donde se encuentre, los mezcla, amalgama, los hace suyos y parte de quien es. Así pues, la lengua nos brinda identidad con los sonidos, las palabras, el acento.

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Lenguas y algo más

Los y las argentinas somos permeables a las adopciones culturales. Además de los pueblos originarios, muchos somos descendientes de inmigrantes. En la mayoría de las escuelas no se aprende una lengua aborigen. De hecho, es curioso cómo funciona, hoy en día vemos muchos jóvenes que no se conforman con aprender la lengua originaria, sin importar cuál sea, sino que han creado una categoría de autopercepción y apropiación de cultura. Autopercibirnos como aborígenes, ¿no es apropiación de identidad? ¿Adoptar una historia y una identidad colectiva que no nos pertenece? ¿por qué no se siente igual al estudiar otra lengua, una europea u oriental?

Molloy abrió un abanico de pensamientos tan vasto que podría pasarme de las pautas editoriales y hacer tratados sociológicos, políticos y hasta jurídicos sobre el lenguaje, la nacionalidad, e identidad, pero no viene al caso. Coincido con la autora: la lengua nos dice quiénes somos, e incluso lo hace con hasta el más obtuso ser humano incapaz de respetar la diversidad.

No hace falta expresarse como catedrático, o políglota. En definitiva, a lo que se debe aspirar es al respeto en todas las lenguas del ser humano que está al lado, al frente o en contra. La lengua nos une, nos define, y vivir entre lenguas exige un respeto hacia el otro.

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