Arte pre y post 2001: las venas abiertas
El 19 y 20 de diciembre del año 2001 el pueblo argentino vivió uno de los estallidos sociales más importantes de toda su historia. Los días que integraron ese diciembre inolvidable, entre las calles y el televisor, gestaron el clima perfecto para descreer de absolutamente todo. Las políticas dictadas por el entonces presidente, Fernando de la Rúa, evidenciaban y potenciaban la negligencia dirigente que se arrastraba desde los años de neoliberalismo menemista.
La declaración del estado de sitio, para una sociedad harta del ajuste y del hambre, fue la gota que rebalsó el vaso. Cansados de la incertidumbre y debilidad política de sus dirigentes, los manifestantes llenaron las calles al canto de “que se vayan todos”. Y como la fuerza de un pueblo despierto es la peor pesadilla de un gobierno capitalista, intentaron callar las protestas con gas lacrimógeno, balas y detenidos en una de las represiones más duras de nuestra democracia.
Pero hay cosas que no se callan tan fácilmente. Hay heridas que se arrastran tanto tiempo que, corte a corte, se profundizan hacia dentro del tejido que entrama a las sociedades. El saldo de esas jornadas es duro de asimilar. Además de saqueos, incendios y piquetes hubo muertos y heridos de gravedad. Las venas, como diría Galeano, estaban abiertas.
Y es entonces en ese quiebre, justo en el centro de la grieta caldeada por todos golpes que gestaron el estallido, es en ese hueco donde se filtró una necesidad de representar. Los productos culturales que rondan al 2001 están cargados de toda esa vorágine pre y post crisis.
Televisión
Un ejemplo muy claro de la representación de la época es Okupas. La serie, dirigida por Bruno Stagnaro, es la sucesora del éxito noventoso Pizza, Birra, Faso. Resurgió con mucho impacto este año a raíz de su streaming en alta calidad en Netflix, pero la realidad es que nunca dejó de estar vigente para quienes la vieron en su momento y para quienes, por una cuestión generacional, llegaron más tarde.
La serie transcurre en Capital Federal y se arrancó con un presupuesto muy bajo. Rodrigo de la Serna, actor que protagoniza la tira, habló con Caja Negra y contó la anécdota de la vez que filmaron en Parque Lezama y tuvieron un encuentro tenso con la policía cuando estos se confundieron y pensaron que el robo que estaban filmando era real.
Así es quizás toda la serie: expuesta, en carne viva. El guión hace un recorrido exhaustivo para mapear a la sociedad de los 2000, donde las diferentes clases sociales y los problemas de la época convergen con una naturalidad cruda y realista. El foco del conflicto, una casona ocupada en el barrio de Congreso, es el escenario ideal para plasmar las dinámicas sociales que fomentaron el estallido que aún estaba por delante.
Libros
En el ámbito de la literatura los efectos se vieron mucho más después de la crisis. Si bien hubo un importante cambio en el contenido, reflejado quizás más en la poesía recitada de protesta que en la prosa impresa, la realidad es que esos espacios siempre habían estado presentes, solo que se potenciaban. El verdadero cambio se dio en la distribución, en la materialidad del texto y en sus vías de circulación.
En un contexto de hiperinflación y ajuste producir libros estándar es tan caro que difícilmente sean rentables. Cuando el pueblo no tiene para comer, las lógicas del mercado cambian y los libros dejan de ser artículos accesibles incluso para la clase media que los consumía con regularidad.
Acá empiezan a jugar los diferentes agentes de la escena post 2001, entre ellos las fábricas gráficas recuperadas, ahora cooperativas. Una de las herederas del 2001 es la editorial Eloísa Cartonera, del barrio de La Boca, que hasta el día de hoy fabrica las tapas de sus libros con cartón pintado que se le compra a los cartoneros y distribuye en algunos kioscos de barrio y ferias a bajo costo. Aunque hubo muchos proyectos de la índole, vale destacar que el catálogo de Eloísa Cartonera está cerca de los 200 títulos.
Este tipo de prácticas continúan vigentes. Entramos en un auge de la distribución y edición independiente, con ferias como la FED o MIGRA, e incluso hay espacios donde el fanzine es la forma más común de comercialización de literatura, como en los slams.
Rock
Hubo muchas intervenciones desde el rock hacia la época, como “Los métodos piqueteros” de Las Manos de Fillipi, o “Sacate la mierda” de Carajo. Sin embargo, y porque es necesario rever nuestra historia en clave feminista, vale la pena recuperar el ensayo contemporáneo de Quimey Juliá, “Entre el dolor y la contradicción: lo femenino en la música de los 2000”, sobre la construcción de lo femenino en esos años de fuerte agitación social.
Juliá analiza que las poéticas del rock en relación con a lo femenino, durante esa época, se relegan al discurso sobre el objeto amoroso. Respecto de la crisis, agrega:
Es interesante volver a esa lectura antes de pensar las letras de las artistas del momento, principalmente porque analiza en clave de una fuerte conexión entre el sujeto y la sociedad a la que pertenece. Cerca del final, Quimey asegura que:
De alguna forma es posible recuperar la idea de la fractura como espacio fértil en el arte, en la representación.
A 20 años del argentinazo, el quiebre social es una herida abierta que permite un portal, desde el arte, hacia la sociedad de la época. Y quizás allí también, con nuestras venas abiertas actuales, nos veamos espejados.