Marguerite Duras
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Escribir – Marguerite Duras: La escritura como una práctica salvaje

“Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos —solo lo sabemos después— antes, es la cuestión más peligrosa que podemos plantearnos”.

Marguerite Duras

En esta paradójica frase podemos encontrar el núcleo de un ensayo donde la narrativa se subleva ante la reflexión. Más que un libro, la novelista y cineasta Marguerite Duras nos ofrece un ejercicio libre y conciso sobre las influencias que invaden su literatura desde lo externo: el alcohol, los hijos, las cicatrices del pasado, el hogar, los vínculos amoroso, el arte, la política y todas sus experiencias se encargan de teñir el papel de una manera distinta. El rigor no hace acto de presencia para imponer un cuerpo uniforme a los cinco relatos que conforman la lectura; no están unidos por otra cosa más que por la mera pulsión de escribir.

La muerte del joven aviador inglés

“Las mujeres lloraban, no podían evitarlo. El joven aviador desaparece, muere de una muerte verdadera. Si se cantara esa muerte, por ejemplo, no se trataría de la misma historia. Esa sublime discreción de las mujeres que hizo que, lo creo —aunque no esté absolutamente segura—, el niño fuera enterrado al lado de la iglesia, allí donde no había ninguna tumba. Allí donde sigue habiendo solo una tumba, la suya. Al abrigo del viento enloquecido. Las mujeres cogieron el cuerpo del niño, lo lavaron y lo colocaron en ese sitio, en la tumba, la de la losa de granito claro.”

Marguerite Duras

Los cinco textos —cada uno independiente de los otros— parten de la inspiración de tres cortos filmados alrededor de Marguerite Duras. El primero de estos filmes nace de un acontecimiento ocurrido en Vauville, un pueblo al que la autora de El amante acudió para visitar su capilla por recomendación de varios comerciantes. En él, junto a la iglesia, se encontró con la historia que desencadena el ensayo, descubrió al niño, a ese aviador de veinte años que casi había logrado escapar de la guerra.

Eran los últimos días de la segunda guerra mundial, el último, cuenta la historia. El joven surcaba el aire en su Meteor monoplaza, y para divertirse disparó contra una batería alemana, sin esperar que los alemanes devolvieran la balacera. Terminó en lo alto de un árbol en el bosque, preso dentro del avión en el que pasaría la última noche de su vida.

Era un completo desconocido para los habitantes de Vauville, pero lo acuñaron como a uno de los suyos. Rezaron por él, cantaron, lloraron, lo velaron y lo enterraron bajo una losa de granito sin nombre. Tuvo que pasar un año para que un viejo llegara a poner flores y un nombre sobre su tumba, sin embargo, quien afirmó haber sido profesor suyo dijo que era un huérfano, que no había nadie a quien avisar. Cada año este hombre volvía para llevar más flores, hablar del niño y derramar algunas lágrimas, hasta que al octavo año no volvió.

Marguerite le contó esta historia a Benoît Jacquot, y al cineasta se le ocurrió la idea de filmarla relatando la tragedia de “el último muerto de la guerra”, que luego derivaría en otras dos películas más. Pero a Margarite la historia de ese chico la remontaba a la de otro chico que había conocido, que amó y perdió en la guerra de Japón, su hermano menor. Esto la impulsó a realizar la transmutación de documental a la literatura partiendo de ese joven aviador, atravesado por la guerra, hasta remitir a su hermano, un joven soldado atravesado por el olvido; ambos atravesados por la muerte. Y todo atravesado por la escritura, al punto de que esta se extendió a cuatro relatos más.

Marguerite Duras: cinco partes de un todo esquivo

Escribir - Marguerite Duras: La escritura como una práctica salvaje | Rock y Arte - Divulgación Cultural

La escritura se abre paso y adopta diversas formas a lo largo del ensayo, se encuentra en él una excusa para escribir, para escribir sobre escribir, para indagar en cómo se escribe y para que se escribe. Avanzando sin artificios, sin regirse por medidas o limitaciones, encontramos ideas que no conducen, sino que acatan un camino sin certezas.

El libro abre con un relato homónimo, una especie de prólogo que intenta desglosar los mecanismos que gobiernan a su autora a la hora de sentarse frente al papel, es un camino vasto y poblado de elementos que desarma y revisa. El alcoholismo, la figura conyugal y la preponderancia del hogar como menester para la naturaleza de una escritora solitaria son algunos de las temáticas visitadas.

Se le intenta dar un sentido a la práctica, y sin miedo a sonar contradictoria o hasta delirante se la describe con cierto tono fantástico, como algo indescifrable hasta que no esté editado y encuadernado. Le sigue el relato de El joven aviador inglés, la pieza fundamental por ser el primer eslabón. Esta figura desconocida y al mismo tiempo alzada como heroica en el amable pueblo de Vauville, que Duras encuentra tan emparentada como contraria al recuerdo de ese hermano que fue arrojado a una fosa común en algún lugar de Saigon, remueve debajo de sí misma y escarba en las cicatrices abierta.

El joven aviador es un catalizador y la escritura el medio para resucitar los fantasmas del pasado, que ella hace hablar elocuentemente. El tercer relato, Roma, es un pasaje que sirve como un esbozo de guion que antecede al film Le dialogue de Roma; prueba de la falta de necesidad estructural entre relatos. El número puro, más que un relato es un juego que gira en torno a la palabra “Pureza” y la acepción de esta, enfocando su uso en las raíces religiosas, que se ponen en manifiesto con el uso de figuras como Cristo, y Juana de arco, y que deriva sin grandes esfuerzos hacia el judaísmo, haciendo hincapié en la culpabilidad alemana, solo para terminar con un pedido a la unión de fuerzas proletarias.

En última instancia tenemos La exposición de pintura, donde repasamos la re incursión de un hombre a la pintura a través de una mezcla entre los descriptivo y lo lírico que desconcertaría al lector que aún perseverara en la búsqueda de unidad.

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El pulso de Duras no tiembla para dejarse ir, su escritura es conducida todo el tiempo en función de la reflexión, o mejor dicho, la acompaña con reflexiones mientras esta se conduce a sí misma hasta completar todas sus páginas y dar a luz al libro.

«Porque un libro es lo desconocido, es la noche, es cerrado, eso es. El libro avanza, crece, avanza en las direcciones que creímos haber explorado, avanza hacia su propio destino y el de su autor, anonadado por su publicación: su separación, la separación del libro soñado, como el último hijo, siempre el más amado”

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