Era a finales del siglo XIX cuando se estrenaba en el Teatro Real de Copenhague “Casa de muñecas”. Este drama cuyo contenido no solo causó polémica en los distintos sectores de la conservadora sociedad danesa, sino que también dio un puntapié para comenzar a cuestionarse los roles de géneros de esa época.
Esta obra dramática fue escrita hace más de un siglo por el dramaturgo y premio Nobel noruego, Henrik Ibsen, de cuyos destacables trabajos se pueden destacar “Un enemigo en el pueblo”. El autor, basándose en relato de una conocida suya, escribió, tal vez sin intención alguna, una de las primeras obras de teatro feministas.
Casa de muñecas, un relato actual
La pieza, cuyo título original es Et dukkehjem, cuenta la historia de Nora Helmer, una esposa y madre, quien cree que su vida es feliz debido a que cumple con todos los estándares impuestos en esa época: se casó joven con un respetable hombre, tuvo tres hijos y logró tener una buena estabilidad económica. Pero, esos pensamientos van evaporándose a medida que avanza la trama debido a diversos conflictos, los que harán que se cuestione su rol en su propia vida: ¿es una persona o una simple muñeca?
Como muchas mujeres de esa época, Nora nunca tuvo la libertad ni la voz para tomar sus propias decisiones. Durante el siglo XIX, en varias partes del mundo aún las mujeres no podían decidir con quien casarse, en qué trabajar o qué estudiar (si es que existía la posibilidad), ni dar sus propias opiniones. Tal como lo afirma un pasaje del libro, Nora, como las demás mujeres de ese tiempo, “pasa de ser la muñeca de su padre a la de su marido”, reafirmando así la coercionada sumisión a la que se veían educadas y obligadas a vivir.
La situación idílica de Nora llega a su fin cuando uno de sus secretos es revelado. En hechos previos a la trama, pide un préstamo, pese a que para una mujer era ilegal, con el fin de solventar los gastos que tuvo debido a una enfermedad de su marido. Y, cuando esto sale a luz y su marido se entera, en vez de mostrarse agradecido por su arriesgado sacrificio se la toma con ella alegando que pondrían en riesgo cuestiones como su honor, su carrera profesional y la estima de los demás hacia él, mas ninguno de sus pensamientos giran en torno a Nora.
Harta, el adjetivo idílico para describir a la protagonista ante increíble situación. Toda su vida decidieron por ella, se dedicó a los demás e intentó ver por el otro y lo único que recibe es ingratitud. Esa es la gota que colmó el vaso para que Nora pudiera darse cuenta que necesitaba empezar a vivir su vida como una persona libre, una mujer adulta en plena facultad de derechos y no más como una muñeca, de esas que visten, alimentan y juegan con ella a su antojo.
Para felicidad de todos, Nora decide dejar atrás a su familia y marcharse para empezar a vivir como alguien en la vida. El cambio entre la protagonista que se encuentra al principio de la novela, una mujer que cree ser feliz al solo dedicarse a su familia, y la mujer libre e independiente del final es fascinante, incluso lo resultó para los primeros espectadores en aquel teatro en Copenhague.
La obra de Ibsen fue, sin duda alguna, un antes y después en la sociedad de aquellos días donde los roles de género eran muy marcados e inflexibles. La historia de Nora pudo haber servido a muchas mujeres como un “empujoncito” para desligarse de las ataduras del arquetipo femenino de ese siglo y dejar de ser una muñeca para pasar ser una persona.
Si bien hasta sus últimos días el autor sostuvo que su intención no fue escribir una obra feminista, es indudable que de forma voluntaria o involuntaria, esta obra dejó una marca en la historia de la lucha de lo que puede considerarse la “Segunda Ola Feminista”.