Considero al poeta y dramaturgo granadino como uno de los grandes autores del siglo pasado que le ha dedicado a la mujer un espacio importante y destacado dentro de toda su obra. Aquí la figura femenina está presente en todo momento, en cada una de las historias que Lorca nos brinda: la madre, la hija, la viuda, la soltera, la casada, la engañada, la mala, la buena. Los dramas universales que aborda el escritor siempre rondan en los dilemas y sufrimientos femeninos, con mujeres reales y construidas de una manera consistente a lo largo de los tres actos en los cuales suele desarrollarse la acción.
Lorca y la mujer
Al adentrarnos en esas obras teatrales notaremos cómo cada una de ellas se sumerge en la motivación y el deseo de su protagonista. A Bernarda Alba (La casa de Bernarda Alba, 1936) le importa mucho más la apariencia y la ambición que los sentimientos de sus hijas y lo que realmente puedan llegar a querer, y lo entendemos desde un principio: Bernarda es una mujer que se ha forjado a sí misma y que ha mantenido a esa familia en pie gracias a su imponente figura temeraria; es una matriarca, una viuda inmutable, una madre ave que protege bajo sus alas a sus pequeñas criaturas pero al mismo tiempo las asfixia, las presiona, las sujeta y no las deja volar del nido ni creerse merecedoras de esa oportunidad. Bernarda adoctrina, adiestra, pero sobre todo silencia.
Todo al ritmo de su bastón, con el que golpea el suelo para espantar cualquier posibilidad de rebelión en su casa. A ella poco le importa si Angustias, su hija mayor, cofre de su fortuna, encuentra la felicidad con Pepe el Romano. La condena y el encierro en esa casa lúgubre parece haber conformado a la mayoría de sus hijas, pero a Adela no, la muchacha no está dispuesta a vivir como las demás, en un velorio constante.
Adela quiere salir, quiere amar y quiere que la amen, y no teme declararlo abiertamente, aunque el hombre que ame sea el prometido de su hermana y esto probablemente le cueste la vida. La malicia de Bernarda se traslada a sus hijas, a Magdalena, a Amelia y a Martirio. En cada una de ellas se esconde su propia enemiga, su propia fuente de infelicidad. La desgracia parece sobrevolar durante los tres actos, como un cuervo en busca de carroña. Y las grandes represiones de esta madre de familia, de preceptos y normas rígidas e inquebrantables, termina encontrando una víctima perfecta en la joven e inexperta carne de Adela.
La soltería de Rosita simboliza el infortunio para ella y para quienes la rodean (Doña Rosita la soltera, 1935). Ella es desgraciada por su soledad y su vida se marchita como la rosa mudable al llegar al ocaso de su vida a la espera del mismo hombre que nunca volvió por ella como lo había prometido.
Rosita se queda para siempre como eso: como una niña para todo el mundo, como la Doña Rosita (nótese el uso del diminutivo), la soltera, la imposibilitada de la denominación “mujer”, la pobre ilusa que se ha quedado aferrada a algo que jamás ocurrirá.
Y otra vez Lorca vuelve a ilustrarnos los preceptos de la época de una forma majestuosa, a través del universo de nuestra protagonista quien por fidelidad y cariño rompe con los cánones y nunca se casa, lo que la aleja de cualquier tipo de realización personal porque, como sabemos, si una mujer no estaba casada en su temprana edad pasaba a formar parte del grupo de las malqueridas solteronas, erradicadas de la vida social tal como se conocía, relegadas a tareas domésticas y al título eterno de señoritas.
Yerma no es muy distinta, aunque está casada no es feliz (Yerma, 1934). El conflicto aquí gira alrededor del deseo y el instinto de maternidad contra la represión. Yerma es una mujer que ha soñado toda la vida con ser madre pero los límites entre el instinto y la imposición social realmente se tornan difusos cuando otros factores aparecen en esta historia.
En el pueblo no ven a Yerma como mujer, la ven como una desdichada incapaz de darle hijos a su marido, como una amiga envidiosa, como una madre sin hijos, como un terreno árido del cual es imposible obtener vida (nótese la elección del nombre de la protagonista, Yerma, lo que en otras palabras significa tierra árida o improductiva).
Y es interesante como jamás ninguno de todos los personajes de la obra (ni siquiera Yerma) se cuestionan si esa esterilidad puede provenir de Juan, el marido de Yerma, quien, por otro lado, no tiene ningún deseo de paternidad, lo que agobia aún más el alma de la mujer porque ella jamás podría serle infiel y aún así no puede obtener nada de él, ya que no comparten la misma visión y nunca lo harán (no hay ningún tipo de comprensión por parte de él hacia ella, ni amor de parte de ella para con él).
Encuentro en esta obra en particular una denuncia muy grande a los estándares y cánones sociales (el ideal de mujer asociado a matrimonio, maternidad y las tareas del hogar), lo que se refleja en los diálogos entre Yerma y Juan, donde la primera siempre queda en completa sumisión y pareciera que todo el mundo puede decirle cómo debería y no debería vivir su propio dolor.
Rescato entre otros grandes personajes femeninos de Lorca a La Novia, quien se enfrenta al dilema moral entre cumplir con lo establecido y ser una buena esposa o fugarse con su verdadero amor contra todo pronóstico (Bodas de Sangre,1933). Y también al personaje de Mariana y a ese silencio de pura lealtad por el que prefiere entregarse a la muerte que delatar a quien ama sinceramente (Mariana Pineda, 1925). Son muchas las obras de teatro de Federico que ponen en el centro de la acción a la mujer, demostrándose que muchas de esas historias no han quedado para nada obsoletas ni disueltas por el paso del tiempo, que nos continúan interpelando y nos invitan a replantear muchas cosas que no cuestionamos con verdadera profundidad.