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Trinidad Guevara: una actriz controversial que dejó marcas en los escenarios del siglo XIX

Este 11 de mayo se cumplen 223 años del nacimiento de Trinidad Guevara, actriz reconocida en todo el territorio argentino y sus alrededores. Nació en el actual territorio de Uruguay en 1798, y era hija de la criolla Dominga Cuevas y del actor oriental Joaquín Ladrón de Guevara. Si bien Trinidad vivió trabajando de lo que más amaba, el teatro, sus años no fueron tranquilos ni libres de escándalo. Y hasta el día de su muerte, un 24 de julio de 1873, su nombre fue repetido tanto por admiradores como por los que no querían verla más subida a un escenario.

Trinidad Guevara, más que una actriz

Trinidad Ladrón de Guevara, más conocida como La Trinidad, hizo su primera actuación en la Compañía Cómica de Montevideo a los 13 años. Su energía y talento prematuro hicieron que a sus 17 años obtuviera su primer papel protagónico como “primera dama”. Su talento era innegable y más adelante en los escenarios más prestigiosos de Buenos Aires los críticos de la época la llamarían “La favorita”, “La única” y “La más brillante y aplaudida” pero en sus inicios nada fue sencillo. Sumado al escándalo que significaba ser actriz en ese entonces, Trinidad quedó embarazada a sus 18 años y dio a luz a su primera hija, Carolina Martina.

No solo el hecho de quedar embarazada sin estar casada fue motivo de desgracia, sino también la identidad del padre de su hija: el Coronel Manuel Oribe, quien más adelante iba a convertirse en el séptimo presidente de Uruguay. No fue suficiente que todas las miradas estuvieran puestas solamente en ella y que sea su reputación la perjudicada, sino que también hizo falta arrancar de los brazos de Trinidad a su hija. Manuel Oribe y su familia suponían que de ese modo la niña iba a crecer con la educación adecuada y sería criada “con moral y buenas costumbres”.

Llegó a Buenos Aires en febrero de 1817 y no tardó en encontrar su espacio en el elenco del Teatro Coliseo. Al poco tiempo de su aparición en los escenarios porteños, el público la admiraba y deseaba verla siempre arriba de las tablas. Dice Mariano Bosch en su libro El teatro antiguo de Buenos Aires, que “poseía una dicción correctísima, palabra clara y fácil, esbelta figura y, sobre todo, un don especial con que la naturaleza la había dotado, el más espléndido metal de voz que pudiera poseer una criatura humana”.

Pero no todo lo que decían de ella era digno de festejo sino todo lo contrario. Al convertirse en una figura tan pública y reconocida, Trinidad Guevara se encontró a la vista de todos, no solo cuando estaba arriba del escenario. Su vida privada no era tan íntima y solo suya, sino que todo aquel que supiera algo de ella se sentía con el derecho de opinar al respecto.

Esto llevó a que su romance con un hombre casado, por el cual recorría las calles de Buenos Aires vestida de hombre para no ser reconocida hasta llegar a su encuentro, llegó a oídos de los que querían verla lejos del escenario y tapada por el propio escándalo. Dice Carmen Sampedro en su libro Trinidad Guevara: la favorita de la escena porteña, que “criados de distintas edades, negros y mulatos, corrieron por las calles en esa mañana despejada y húmeda, para conseguir un ejemplar del Despertador Teofilantrópico Misticopolítico, la humillación tan anunciada en donde el padre Castañeda había escrito:

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La Trinidad Guevara es una mujer que por su criminal conducta ha excitado contra sí el odio de las matronas y la execración de sus semejantes. Su impavidez la arroja hasta presentarse en el teatro con el retrato al cuello de uno de sus aturdidos que, desatendiendo los sagrados deberes de su legítima esposa y familia, vive con esta cómica […] esta Ana Bolena”

Aunque en un principio, ni bien se hizo público dicho artículo, quiso dejar el teatro y abandonar todo lo que tanto amaba por el que dirán y la opinión de una sociedad en la cual complacer a todos no parecía ser posible, sus compañeros de teatro –entre ellos Luis Ambrosio Morante, figura pionera del teatro porteño– la impulsaron a dejar de lado la vergüenza y no darle lugar a las acusaciones que nada tenían que ver con su talento ni con su persona. Eran solo palabras que reflejaban envidia por la vida que ella había elegido, una vida revolucionaria y libre que logró llegar al corazón de los espectadores y todo aquel que la conocía.

En ese corto período inicial de desesperanza y sorpresa en donde esas palabras la afectaron, Trinidad se retiró del escenario y dejó en claro que su presencia era necesaria y fundamental. Demostró que su talento era inigualable y que ningún aspecto de su vida privada hacía olvidar al público que ella era única y había nacido para vivir arriba de un escenario. En su ausencia fue reemplazada por la Ujier, una compañera que la admiraba al punto de querer ocupar su lugar, y no solo fracasó en el reemplazo por no ser Trinidad, si no que demostró carecer de talento y que no era por Trinidad que ella no triunfaba, si no por puro mérito propio.

Una vez pasado el período de desesperanza y sorpresa, Trinidad volvió a las tablas más fuerte que nunca y la recibieron con los aplausos más cálidos. Estas palabras no solo no la habían callado, si no que la impulsaron a continuar con su relación y su exitosa carrera con mayor entusiasmo y decisión.

El diario Argos en su edición del 14 de julio de 1821 celebró su regreso publicando las palabras que representaban a todo su público “Por fin la Trinidad Guevara ha dejado de guardar silencio y ha agradado tanto al público como al Argos en tres comedias seguidas: El chismoso, El bruto y La enterrada en vida. La dulzura natural de su voz es capaz de agradar a cuantos sepan o ignoren nuestro idioma”

Fue por varias razones que Trinidad Ladrón de Guevara fue proclamada “La única” y “La favorita”: su éxito teatral, la incomprensión social por su elección de vida y su lucha como mujer contra la falsa moral. Trinidad Guevara, la favorita de la escena porteña dejó marcas no solo en la historia del teatro argentino, sino también en la historia de todas las mujeres. Ella, sin dejar de temer por la importancia del qué dirán en la sociedad del siglo XIX, decidió vivir sin limitaciones, basándose en sus deseos y sus impulsos.

La vida de Trinidad Guevara demostró que no importa el momento histórico, la sociedad o lo que se considere correcto, nunca es sensato darle importancia a los pensamientos o palabras de personas que su único objetivo es destruir y limitar. El escenario de la vida está hecho para actores y actrices que no temen decir lo que piensan y actúan conforme a sus propios deseos. Como Trinidad, el camino correcto es aquel que incluye libertad y fidelidad a las propias convicciones.

 

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