Pocho Lepratti: un mundo donde quepan todos los mundos
Pocho Lepratti, el ángel de la bicicleta, personaje de gran importancia en la ciudad de Rosario, fue recordado a 20 años de su asesinato a manos de las fuerzas policiales en los techos de la escuela nº 756 José M. Serrano del barrio Las Flores.
La primera vez que escuché el nombre de Claudio Hugo Lepratti fue en la primaria. Teníamos un profe para lo que, en ese entonces, era Formación Ética y Ciudadana.
No recuerdo su cara, ni su nombre, pero sí que nos llevaba bastante a la biblioteca, donde había un tablero de ajedrez y varios nos distraíamos de sus clases simulando que sabíamos jugar a la perfección.
Sin embargo, hubo una clase en la cual no me distraje, al menos ese día no me entretuve con las torres y los alfiles de madera. Ese día “el profe” había traído un VHS listo para ser reproducido en la nueva tele que le habían donado a la escuela.
La primaria n°103 Dr. Roque Sáenz Peña había sufrido varios robos durante esa época. Tengo el recuerdo de estar en preescolar y ya entender los humores y caras largas de las directivas y maestras al ver las puertas forzadas, los bancos desordenados y materiales destrozados.
Desde el año 2001, la Roque fue ese lugar donde siempre se nos habló con sinceridad, los hechos que ocurrían no nos pasaban por al lado así nomás. Ese día, “el profe” de Formación Ética llevó el documental “Pochormiga: un mundo donde quepan todos los mundos”, y desde ahí la imagen de un hombre flacucho de pelo largo, agitando los brazos arriba de un techo de una escuela parecida a la mía, con policías apuntándolo desde abajo, me dejó helada.
¡Bajen las armas,
que aquí solo hay pibes comiendo!
Para un par de niñes de tercer grado, debió haber parecido inentendible. Es más, creo que si algune de mis compañeres revive ese momento es probable que solo recuerden ese pequeño televisor, donde intentábamos divisar algún hilo conductor entre los personajes que aparecían en pantalla.
Sin embargo, la canción de Gieco siguió resonando. Se nos pegó a tal punto que comenzamos a preguntarle al profe un poco más en profundidad quién era este personaje, ese hombre barbudo que siempre aparecía sonriendo en cámara. “Era un tipo que ayudaba en escuelas y comedores, y la policía le disparó cuando él estaba defendiendo a otros chicos dentro de una escuela”.
El Pocho Lepratti, la leyenda viva
Claudio “Pocho” Lepratti nació el 27 de febrero de 1966 en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Comenzó a militar a temprana edad en la JP, para luego reconocerse como militante cristiano. Siempre se mantuvo ocupado en actividades destinadas a ayudar a jóvenes y aquellas personas que “no pueden esperar más”, decía el Pocho Lepratti, con el ímpetu de pelear por las injusticias.
Llegó a Rosario en los 90 y trabajó en numerosos barrios populares desde el Ludueña hasta Las Flores. En este último, se encontraba colaborando como ayudante en el comedor de una escuela cuando el 19 de diciembre de 2001 se enfrentó desde los techos a los patrulleros que pasaban repartiendo disparos sin mirar a quién, sintiéndose intocables frente al estado de sitio impuesto por De la Rúa.
“Dejen de tirar, manga de hijos de puta, hay chicos acá”.
Ese día las fuerzas policiales asesinaron también a Graciela Acosta; Juan Delgado; Yanina García; Walter Campos; Rubén Pereyra; Marcelo Pasini; Ricardo Villalba y Graciela Machado. La policía se dedicó a abrir fuego con balas de plomo, siguiendo las órdenes del entonces gobernador Carlos Reutemann, provocando la barbarie.
Pocho Lepratti recibió un disparo en la garganta -de parte del agente Esteban Velázquez, quien disparó con su Ithaca sin pensarlo dos veces-, el cual le dio en la tráquea. No fue en la cabeza o el abdomen, fue justo a la garganta. Así, se silenció por siempre a la voz ferviente que movilizó a tantos grupos y personas. Fue y es una paradoja.
¡POCHO VIVE!
Guiándome por las representaciones asequibles a mi edad, esta historia me recordaba a uno de los cuentos que leía en casa: Robin Hood, el defensor de los pobres. En esa época de revolución popular, hambre y de un Estado que no gobernaba, me la pasaba mirando películas de dibujitos, de esas que venían con el diario del domingo y mi abuela me regalaba.
Cada noche, tenía la intención de ver una, pero a los pocos minutos de sentarme en la alfombra, los ruidos incesantes que provenían del balcón cortaban mi ritual. En ese momento, mi mamá traía las cacerolas y cucharas: “acompañame a la ventana” me decía. En mi cabeza todo era un juego, ver quién golpeaba más fuerte la cacerola, quién de los edificios de enfrente podía gritar más fuerte que yo el “que se vayan todos”, y al otro día comentar entre mis compañeres quiénes habíamos agitado más y mejor.
Un día en la escuela nos preguntaron qué entendíamos por corralito: “mi papá me dijo que significa que el banco no te da tu plata”, recuerdo que dijo mi amigo Juani. Yo tenía vergüenza de responder porque para mí, un corralito significaba esa mini cárcel de sogas blancas donde jugaba mi hermanito de un año con sus juguetes.
En aquel entonces no lo sabía, pero el corralito estaba más cerca de lo que yo pensaba: horas y horas de interminables filas en el banco de la mano de mi mamá, viendo cómo la maltrataban cada vez que íbamos a hacer ese trámite, día por medio; pero de nuevo, en mi cabeza era más importante pasar el tiempo con un juguete con forma de pony, pelo de colores y corazones dibujados en el culo. ¡Qué más se le podía pedir a una niña!
Tanto dentro como fuera de la escuela, estas cosas se hablaban. La fachada de la Roque se encontraba minada de graffitis, muchos inentendibles (porque aún no podía leerlos), pero había uno que era fácil y podía sacarlo sin pensarlo tanto: POCHO VIVE. Cientos de hormigas negras se dibujaban a su alrededor, al igual que las bicicletas.
Esas hormigas negras se encuentran recreando, aún hoy, el camino que hacía el Pocho desde su casa hasta los barrios donde trabajaba con la bicicleta, su vehículo por excelencia. En la actualidad, ambos siguen siendo emblemas de la cultura urbana de Rosario. Estos símbolos mantuvieron y mantienen incesantes interrogantes para quienes obvian los hechos políticos, ¿qué preguntas se harán aquelles que pasean aún hoy sin entender sus significados?.
A 20 años de uno de los meses más duros y antidemocráticos de la Argentina, muchos de los cómplices de los crímenes cometidos el 19 y 20 de diciembre de 2001 siguen impunes y ocupando bancas en el Congreso.
La Rosario de hoy no parece tan diferente a la Rosario de aquel entonces: la violencia se encuentra a la vuelta de la esquina y aunque les pibes por les que luchaba Pocho (hoy ya son otros) aún siguen estando en situación de exclusión, sin conocimiento de sus derechos y en desamparo del hambre. Las luchas se repiten después de 20 años, esperando que alguna vez el Estado piense en las oportunidades que les pibes merecen tener.