alejandra

La poesía de Alejandra Pizarnik demuestra en cada una de sus palabras, el arte del poder de la precisión, absoluta pero no determinista, la profundidad de sus pensamientos y el ritmo de su prosa que transporta la percepción a lugares impensados.

Dejó en su obra una estética inigualable que cuidaba con rigurosidad hasta en sus diarios y cartas. “Firmaba con la palabra Buma (“flor” en yidis) o Blímele (“florcita”) porque así la llamaban en su casa –su nombre era Flora Alejandra” (Juan J. Bajarlía, Alejandra Pizarnik. Anatomía de un recuerdo, Buenos Aires, Almagesto, 1998).

La recurrencia a las ausencias y los silencios dramáticos, que se llenan de palabras, demuestran como “ella tiene miedo de no saber nombrar / lo que no existe”.

“no

las palabras

no hacen el amor

hacen la ausencia

si digo agua ¿beberé?

si digo pan ¿comeré?

en esta noche en este mundo

extraordinario silencio el de esta noche

lo que pasa con el alma es que no se ve

lo que pasa con la mente es que no se ve

lo que pasa con el espíritu es que no se ve

¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades?

ninguna palabra es visible”

Poesía y Pizarnik

A 85 años de su nacimiento, la enigmática figura de la poeta argentina nunca descansa y transciende a sus interlocutores hasta el día de hoy.

poesía

«¿No te asusta comprobar la rapidez con que nos alejamos de todo? Tal vez eso sea ‘la muerte pequeñita’… Pero tiene que haber una solución. Seguramente la poesía.»

“Vida, muerte, todo gira incomprensible. Presiento que la verdadera vida es lo otro, lo que no es esto inmediato que me rodea. Pero algo, siempre algo, ya sea un verso, una mirada desconocida, o una carta de auténtica comunicación destruyen lo miserable cotidiano y llenan de infinito y de cantos el mero hecho de vivir” (Correspondencia de Alejandra a Rubén Vela, en Nueva correspondencia 1955-1972. Edición de Ivonne Bordelois y Cristina Piña).

Ante la nostalgia de su temprana pérdida es preciso recordarla reivindicando su misteriosa y maravillosa escritura. “Y que de mí no quede más que la alegría de quien pidió entrar y le fue concedido”.

En la misma incomodidad que surge al leerla y encontrarse reflejados, es ahí donde la poesía salva, trasciende y moviliza.

Alejandra, nació en Buenos Aires y decidió morir en la misma ciudad a sus 36 años y siempre intentó explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome”.

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