Cazadores
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Cazadores: los laureles que supimos conseguir

En Cazadores, una pareja es secuestrada sin motivos aparentes. Sus captores, un variopinto grupo de personajes arquetípicos, los conducen hacia el frente del espacio teatral, donde pasarán gran parte del tiempo al margen de la obra. Una venda cubre los ojos de estos jóvenes sometidos de rodillas, sin embargo, los ojos del público pueden comprender poco más que ellos.

Sobre una puesta en escena inconexa inicia un juego de dinámicas absurdas y narrativa metatextual que no hace más que escalar. El grupo de “villanos” parte de un primer acto dramático que deforman en una dinámica de situaciones cómicas, logrando que la obra abrace una identidad satírica cuyo punto fuerte está en lo emotivo de su conclusión.

Una sátira desconcertante

 La obra de Martin Barreiro (dramaturgia y dirección) representa un desafío bien pagado. Cazadores no pretende construirse alrededor de una narrativa clásica, su intención es exponer al público al desconcierto y guiarlo a través de unos personajes bien conocidos.

El oráculo, un ente de pelo largo vestido con una túnica y portador de un farol que nada ilumina, abre la obra con un discurso atemporal, incomprensible por momentos. Luego se retira a lo alto de una rampa, desde donde observará todo como un ser omnipresente o un emperador. A continuación entra en escena una galería de personajes estereotipados: un policía inmoral, una joven libidinosa, un viejo tanguero, una mujer ordinaria, y una anciana que ejerce como la madre de un joven guerrillero.

El variopinto grupo acaba de secuestrar a una joven pareja de la que no se hace mención, al punto de que este par de cautivos pasa gran parte de la obra relegado en el suelo, justo al frente del espacio teatral, impotentes a lo que ocurre a su alrededor.

Cazadores, su elenco.

Cazadores se hace fuerte al poner el foco de atención en su elenco. Joaquin Cejas, Ariel Puente, Marcela Jorge, Alejandro Benavides, Laura Perillo, Matea Molinatto, Sergio Boada, Santiago Etchepare y Pam Morrison cargan con la presión escénica durante la totalidad de la obra. Todos los personajes ocupan la sala del Teatro El convento a la vez, como un hábitat que les permite a estos animales vestidos de humanos mostrarse en múltiples facetas.

En la teoría podría parecer caótico, pero el despliegue, la fisicalidad y la dinámica entre ellos es variada, involucrando múltiples combinaciones que nutren la obra orgánicamente. La comicidad fluye a base de ácidos comentarios, divertidos intercambios y toda clase de cuadros cómicos y musicales que conforman una máquina teatral bien aceitada. Las actuaciones son histriónicas y caricaturescas, pinceladas necesarias en una pintura satírica que se construye in crescendo.

Pese a lo espacioso que resulta la sala del Teatro El convento, uno de los puntos flojos resulta la falta de limitaciones escénicas claras. La ausencia de un escenario convencional o del uso de algún tipo de demarcación permite que personajes como el oráculo puedan deambular entre el público, pero también ocasiona que por momentos los intérpretes se apoyen en las paredes desnudas y rompan con la diégesis.

La puesta en escena es deliberadamente inconexa. El uso de un par de bancos largos y una mesita redonda sirven solamente para rellenar o para que algunos personajes participen mínimamente en el intercambio. La atención se la lleva la rampa que eleva al oráculo por sobre los demás, detalle escenográfico que aplica una capa de complejidad. El detalle de las banderas argentinas decorando los accesos de la rampa se siente fuera de lugar en un principio, pero la metatextualidad logra reivindicarlas como más que un complemento aislado, sino una parte esencial.

 Otro punto destacado es la labor de Esteban Arce, encargado de una musicalización original. Su piano acompaña excelentemente todas las facetas de la obra y da tono al espectáculo.

Juremos con gloria morir

“La búsqueda del oro produce una grieta insalvable y nos hace a todos cazadores”

 Cazadores sabe cuál es su juego y manipula las expectativas. Lo que parece un rompecabezas de piezas inconexas se arma lentamente hasta conformar un cuadro reflectivo.

 El uso de personajes estereotipos obliga al público a reírse de sí mismo, porque, aunque la exageración es parte esencial de la comicidad, no podemos evitar sentir cercanía con estos villanos bufonescos. Lo cómico se vuelve humorístico e invoca una reflexión sobre el mundo y la sociedad; no importa que asistamos a un evento de ficción, las sonrisas que nos son arrebatadas son signo de la verdad que representan.

CAZADORES - POSTER

Sobre la base de esta premisa se rompe la cuarta pared y se utiliza la presencia del público como recurso. La atemporalidad no solo está denotada en los vestuarios: la incorporación de comentarios de actualidad política que copan la conversación nos introducen en la verdadera intención temática.

 Es en el tercer acto cuando la pareja secuestrada se reincorpora a escena. La puesta dramática entra en juego y lo que sigue es la conclusión de una historia que se construyó en segundo plano. El oráculo vuelve a alzar la voz y los personajes se acercan a escucharlo. Estos nos dan la espalda, tornando aquella comedia que presenciamos en algo similar a una tragedia con tintes shakespearianos.

El discurso labra la historia de una Argentina construida desde sus inicios con base en la clase trabajadora, sumergiéndonos en un relato que une todas las épocas y condena a un sistema corrupto del que su pueblo no está exento. “La búsqueda del oro produce una grieta insalvable y nos hace a todos cazadores”, afirma el oráculo. Y así como la pareja de jóvenes secuestrada, las nuevas generaciones están destinadas a sucumbir, castigadas por un monstruo demasiado arraigado como para ser destruido; uno al cual todos nos encargamos de alimentar de una manera u otra.

 Las luces se apagan y el proyector ilumina una diapositiva de eventos, una muestra de las palabras del oráculo: atestiguamos los recuerdos de la creación sociopolítica, así como también el avance, el ascenso y la decadencia, la movilización del pueblo y la respuesta violenta, la represión. El himno enmarca lo que es la obra, un reflejo de una Argentina donde, a su manera, todos son cazadores.

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