The Dreamers
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The Dreamers: el cine como modelo de vida

Es febrero de 1968 y la revuelta social en París está gestándose; el movimiento que luego será líder en mayo del 68 se organiza. En este contexto, Henri Langlois, fundador y director de la Cinemateca Francesa –el lugar que tenía como función preservar, coleccionar y dar a conocer el patrimonio cinematográfico mundial– es destituido de su cargo a pedido del Ministerio de Hacienda.

Este hecho indigna a muchísimos jóvenes cinéfilos, y también a directores ya reconocidos como Robert Bresson, Alain Resnais, Jacques Rivette, Éric Rohmer, y François Truffaut, entre otros, llevándolos a manifestarse y protestar.

En esa época se sitúa The Dreamers, quizá la película más disruptiva del director italiano Bernardo Bertolucci. Isabelle (Eva Green) y su hermano mellizo Théo (Louis Garrel) pasan todo su tiempo en la Cinemateca, y es justamente en el portón de esta donde conocen a Matthew (Michael Pitt), un chico estadounidense de su misma edad que está en París de intercambio. Los hermanos lo invitan a vivir con ellos, ya que sus padres se van de la casa por unos días y los dejan solos.

The Dreamers

The Dreamers comienza a desarrollarse en ese momento y, como espectadores, entendemos de qué va: no se trata de un filme histórico, no tiene compromiso con la verdad de lo sucedido en las revueltas sociales de aquel momento. Las manifestaciones son sólo el fondo sobre el que se desarrollará la relación entre los tres protagonistas. 

Al mudarse con los hermanos, Matthew se entera que son mellizos siameses y descubre la extraña relación de dependencia entre ellos, como si Isabelle y Théo aún siguieran unidos, en una especie de simbiosis donde comparten una misma forma de pensar, vivir y expresarse. Además de ser muy apegados afectivamente, su vínculo es también sexual, lo cual sorprende a Matthew en un comienzo, resultándole incluso chocante.

The Dreamers - Eva Green

Los ve teniendo relaciones, situación que lo lleva a sentirse un intruso en la casa, como si se estuviese entrometiendo en una intimidad en la que no tiene lugar. Sin embargo, con el paso de los días y su eventual acostumbramiento a la convivencia con los hermanos, Matthew termina normalizando el vínculo, para, al final, adentrarse él también en esa dinámica única y extraña.

El elemento principal compartido por los tres es el amor, la pasión, incluso fanatismo, por las películas. En The Dreamers, el cine es un personaje más, y la película hace referencia a toda la tradición cinematográfica que la precede, ya sea en clips tomados de otros filmes, o en conversaciones y juegos entre los personajes.

Los protagonistas están obsesionados, intoxicados por el cine: actúan películas entre sí y deben adivinar de cuál se trata, se desafían con adivinanzas, discuten quién es mejor en la comedia muda, si Chaplin o Keaton. Los tres corren por el Louvre para intentar romper el récord establecido por el trío de la película Bande à part (1964), de Jean-Luc Godard.

Viven en una realidad donde la referencia está en las películas, y ellos son los intérpretes, quienes las actúan; se aíslan del mundo exterior y su vida es una imitación de lo que crecieron viendo en la pantalla. Paradójicamente, su existencia es una representación de algo que ya es una representación –las películas– y el cine es algo contagioso, una enfermedad difícil de curar, un vicio que comparten entre sí. Respiran cine, lo piensan, lo discuten: sus vidas giran en torno a él. Bertolucci intercala las escenas de los personajes con fragmentos de las películas que evocan y adoran con intensidad.

The Dreamers y un Mayo Francés imperceptible

Las protestas sociales de aquel momento en Francia no existen para ellos, son un trasfondo, algo que escuchan a lo lejos. El verdadero contexto en el cual se desarrolla la relación de estos tres personajes es el estado de intoxicación y obsesión que atraviesan.

The Dreamers no busca representar lo sucedido y denunciar lo que pasaron los jóvenes que protestaron en aquel entonces, porque eso configura solamente el contexto para entender la desconexión con el mundo exterior que atraviesan los personajes. Sin Cinemateca, sin películas, los protagonistas pierden su nexo con la realidad que los rodea, se encierran en el gran departamento los tres, y se sumergen en una serie de juegos sexuales, con rituales que rozan lo religioso.

Como si de una película se tratara, actúan distintos roles al extremo, exploran su sexualidad y los límites en las relaciones filiales y amorosas, se sienten transgresores de lo establecido, se burlan de sus padres –y también de todos los adultos– al mantener una relación sexual entre los tres, siendo dos de ellos familia.

Por momentos, esa relación es armónica, hay un balance entre los tres; en otros, se trata de un triángulo amoroso donde afloran sentimientos negativos como los celos, la competitividad, la envidia.

Lo singular y excepcional de la película es que no tiene vergüenza en mostrar con detalle lo extraño de esa relación: la cámara los examina de cerca, se mete en los lugares incómodos. En los momentos de exaltación más intensa de los personajes, o en una escena de sexo, cuando el tercero observa con celos a los otros dos, la cámara no se mueve, se mantiene fija ahí, en lo que no se quiere ver, en lo que otras películas no se animaron a mostrar.

Bertolucci en principio muestra la utopía en la que viven estos personajes como algo posible, como un sueño que se puede realizar, alcanzable. Una realidad soñada donde el cine está íntimamente enlazado con el sexo y la política, donde estos tres elementos conviven en un estado de simbiosis similar al de Isabelle y Théo.

The Dreamers

Sin embargo, llegando al final de The Dreamers, Bertolucci le muestra al espectador, y también a sus personajes, que una utopía es, por definición, irrealizable por la perfección que anhela, y que ellos no son la excepción. Ese estado de ensoñación, de irrealidad, termina en algún momento y, como se anticipa durante todo el filme, lo hace de forma trágica.

El conflicto social llega a su punto cúlmine el 14 de febrero, cuando la policía comenzó a reprimir a los jóvenes que protestaban frente al Palacio de Chaillot. La realidad, de repente, se manifiesta con fuerza, irremediable e imposible de evitar. La calle llama a Matthew, Isabelle y Théo, exige su presencia ahí y les dice: esto también es el cine. Los tres se preparan y salen a la calle, vigorizados por el enojo y la necesidad de expresarse, hacerse escuchar.

En medio del enfrentamiento entre la policía y los manifestantes, la relación entre los tres termina abruptamente: Matthew decide irse, pero antes intenta convencer a Isabelle de que vaya con él, sin resultado. Los hermanos se sumergen juntos en la marcha, y el sueño de la representación infinita termina.

Redactora | larabuonocore1@gmail.com | + publicaciones

Estudiante de la Licenciatura en Artes de la Escritura.
Un libro en una mano, en la otra un café. Si me cruzás en la calle, seguro estoy leyendo mientras camino.

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